UNA NOCHE DE OTOÑO, UN POSTE DE LA LUZ Y UN FERRARI DE JUGUETE

En un par de horas se pone en marcha, con el arranque de las verificaciones en su nueva sede del Palacio de Congresos y Exposiciones, la edición número 53 del rally Princesa de Asturias - Ciudad de Oviedo... largo nombre oficial para nuestro 'Príncipe' de siempre. Por lo que a mi respecta, espero que sea una edición muy especial, ya que supondrá llevar a cabo uno de esos proyectos que, muchas veces, se acaban quedando en meros sueños: retransmitir el rally en directo acompañando a mi buen amigo Miguel Collado en el estudio que 'Radio Marca Asturias' está instalando ya en la asistencia de La Manjoya. Y será, eso seguro, muy diferente a un 'Príncipe' que tengo guardado en mi memoria como el mejor de todos, el de 1984, aunque, objetivamente, ese título se lo merezca más la edición del 2009, cuyo valor deportivo, con los mejores pilotos del IRC en liza, no tiene parangón en la historia de la clásica prueba asturiana. Pero aquel año ya me tocó vivir el rallye de otra manera, en la distancia que supone mi trabajo como encargado de la web oficial de la prueha y, por ello, mis recuerdos de la edición de 1984, la del 'Príncipe de los Ferraris', son más intensos. Tanto como para apatecerme recuperarlos de nuevo para volver a compartirlos con todos vosotros a través de este artículo que tuve el inmenso places de escribir hace tres años, por encargo de otro gran amigo de las carreras, Miguel Díaz 'Chapi', para ser incluido en un magnífico especial que su revista, la gallega 'Crono Motor', le dedicó a aquel rallye inolvidable.


El verano de mis veinte años no había sido especialmente memorable, con su tiempo repartido en intentar aprenderme el teorema de Bolzano–Weierstrass y demás intrincados arcanos que componían el programa de la terrible ‘cálculo infinitesimal’, que había vuelto a ’caerme’ en Junio, al final de mi segundo año de ingeniería industrial, y en tratar de que aquella chica ‘morena, bajita y que no estaba mal’, que diría Sabina, se fijase en mi como algo más que ‘un buen amigo‘. A mediados de septiembre, con el verano ya despidiéndose y el otoño llamando a la puerta del modo en que suele hacerlo siempre en Asturias, con esa lluvia que parece no mojar pero te acaba calando hasta los huesos, estaba ya más que claro que se había tratado de un empeño vano en ambos casos: ni había llegado al ansiado cinco en el examen de septiembre ni, como dulce consuelo que me hiciese olvidar el suspenso, iba a recibir el beso de la chica que me tenía robado el corazón.

Pero cuando tienes veinte años ningún disgusto dura más que lo poco que tardas en ilusionarte por algo nuevo… y en mi caso, con gasolina corriendo por mis venas desde que puedo recordar, en aquel septiembre de 1984 había motivos de sobra para dejar atrás cualquier pena. Justo con el inicio oficial del otoño llegaba ‘el Príncipe’, cita ineludible cada año a la que una vez más iba a ‘arrastar‘ a mis amigos Benjamín, Javier y Román. Aunque ninguno de los tres fuese, ni mucho menos, seguidor habitual de eso de las ‘carreras de coches‘, jamás me fallaban cuando les ‘liaba’ para ver algún tramo de rallyes. Y esta vez, más que nunca, ‘había que ir’ porque la inscripción en el Príncipe era de lujo, con los Ferrari de los italianos Lucky y Tognana (de cuyas hazañas habíamos leído en la AutoSprint italiana que se llevaba una parte de mi no muy abundante asignación mensual) como aliciente extra al rico contingente que ofrecía aquel año el certamen nacional, encabezado por Zanini, que llevaba una temporada fantástica con otro de aquellos maravillosos Ferrari, y en el que destacaban el siempre atractivo Porsche Rothmans de Beny, los preciosos Opel Manta 400 de Oñoro y Serviá o el por aquel entonces aun revolucionario R5 Turbo de ‘Genito’, al que acompañaba ’nuestro’ Fombona con una unidad privada. Además, la novedad que representaban los británicos del Junior Team, con el galés Llewellin, al volante de nuestro coche favorito en la época de los grupo 4, el Ford Escort MKII, o el inglés Gooding, pilotando uno de aquellos Vauxhall Chevette que sólo habíamos visto en fotos, retratado casi siempre ’de lado’ mientras  Pentti Airikala lo llevaba a ritmo imposible por alguna remota pista forestal de las islas británicas, no hacían sino aumentar nuestras ganas de que llegase la noche de aquel viernes en la que habíamos quedado para ir a ver el rallye.   

A la izquierda el cartel de 1984, a la derecha el del año siguiente, con el Ferrari de Zanini como motivo principal

Crono Motor le dedicó un amplio reportaje de doce páginas al 'Príncipe de los Ferraris' en su número de enero de 2013

Recortes de las revistas de la época con los reportajes sobre el 'Príncipe' de 1984

Siendo sincero, la verdad es que ahora, casi treinta años después, se me mezclan los recuerdos de varios ‘Príncipes‘ de entonces, y no estoy seguro de si en el 84 fuimos hasta Villaviciosa, a ver la parte final de Miravalles, o estuvimos en alguna curva del tramo de Peón, cerca del sitio donde un par de veranos antes habíamos acabado con mi viejo R8 ‘patas arriba‘ cuando subestimé mis dotes de ‘volantista’ al adelantar a un camión en la viradísima carretera de la costa que unía Gijón con Ribadesella. El primer destino, el de Miravalles, era el más habitual, dejando el viejo Ford Cortina del padre de ‘Benja’ aparcado en ‘la villa’ para subir andando hasta aquellos últimos virajes por los que me acuerdo, como si fuese ahora mismo, ver bajar, ‘por el aire’, a Zanini con el Talbot Lotus camino de la victoria en el 82 o a ‘nuestro’ Fombona y aquel colorido 131 Abarth de la Escudería Villaviciosa, que levantaba olas de pasión en su ruta al memorable podio del 81.

Pero, revisando estos días los amarillentos recortes de Autopista y AutoHebdo que aun conservo con los reportajes de aquel Príncipe del 84 no me cuadran los ya algo brumosos recuerdos con los hechos. Porque estoy seguro de haber visto, para mi inmensa decepción, como el Ferrari de Zanini pasaba ante nosotros sin apenas luces y con los signos inequívocos de haber sufrido su famoso ’encuentro’ con un poste de la luz, algo que se produjo en Peón y que no fue sino el principio del fin para su rallye, concluido cerca del final del segundo paso por Miravalles al fallarle el alterador al 308.

Así que lo más probable es que fuese en Peón donde, más que verlos, los oímos pasar a todos… porque, romanticismos aparte, la verdad es que en los tramos de noche se ve poco aunque, a cambio, el resto de los sentidos se agudizan para compensar. Si hago un pequeño esfuerzo de imaginación, todavía me llegan ecos del sonido de aquellos motores Ferrari ‘quattro valvole’, resonando entre los árboles y rompiendo el silencio casi religioso en el que se esperaba el paso de los coches. Un sonido tan atronador como fascinante, que te aceleraba el pulso y te erizaba el vello un buen rato antes de que las potentes ‘faradas’ iluminasen, de repente, toda la curva, haciendo que durante un par de segundos la noche se volviese día. Un instante fugaz en el que tratabas de no dejar escapar detalle, fuese este el dorado de las llantas de cinco palos de los 308, el novedoso color rojo que lucía el Manta de Servia, la peculiar forma de trazar de Llewellin, con el volante a la derecha en su Escort ’brittish’, o el visible empeño que le ponía Fombona para plantar cara a los oficiales y los ’guiris’ con aquella nueva unidad de R5 Turbo, adornada con toques de los clásicos colores asturianos. Un espectáculo corto pero intenso, al que también añadían su granito de arena los Fiesta XR2 por los que suspiraba mi amigo ‘Benja’, deseoso de conducir un coche así en lugar del ya muy cascado Ford familiar, o aquellos ‘matagigantes’ que eran el Samba grupo B de Moratal, el Golf grupo N de Candela o el Ascona grupo A de Santacreu que meses antes había reproducido, a partir de una miniatura de Pilen, y que ahora veía por primera vez en directo, con su algo desvaído amarillo ganando brillo por el contraste de luces y sombras de la noche.

El Opel Ascona grupo A de Santacreu en el Costa Brava del 84 (base Pilen, escala 1/43)

Fotos de la edición de 1984 en el libro de Miguel Cuadrado publicado en 2003 con motivo del 40 aniversario del Príncipe

El rally del 84 en el libro 'El Príncipe de los Rallyes', de Adolfo Casaprima

Precisamente mi afición al modelismo, reproduciendo a escala coches habituales de los rallyes nacionales, era otra de mis grandes motivaciones de aquel Príncipe. Entonces internet no existía ni siquiera como el aventurado pronóstico del más imaginativo escritor de ciencia ficción, así que la única forma de documentarse sobre las decoraciones de los coches de carreras eran las pocas fotos que podían aparecer en las revistas o tomar notas sobre todos sus detalles viéndolos en directo. En casa ya tenía, listos para empezar a ‘trabajar’ en ellos, un Ferrari 308GTB, a escala 1/24, y un R5Turbo, a escala 1/43, ambos de aquellos 'Burago' que se podían comprar a precio más que razonable en muchas jugueterías. Uno iba a ser el de Zanini, el otro el de Fombona. Del primero, su prematuro abandono me impidió estudiarlo de cerca cuando al final del día acabamos en Villaviciosa para ver a los equipos montar sus asistencias por cualquier rincón que encontrasen apropiado, práctica habitual en aquellos tiempos en los que los ‘parques de trabajo’ eran casi tan ciencia-ficción como internet. El segundo, en cambio, si que andaba por allí, y eso me permitió apuntar en mi pequeño bloc algunos detalles de esos que luego solían ser difíciles de ver en las fotos, como las pegatinas de la parte de atrás del coche por ejemplo. Unas pegatinas que luego dibujaba sobre papel cebolla antes de pasar sus contornos a la calca virgen sobre la que, a base de pincel y paciencia, trataba de reproducir del mejor modo posible los diferentes logos de los patrocinadores. El intrincado emblema de ’Española de Vídeo’, que adornaba el Ferrari de Zanini, me resultaría especialmente complicado pero, después de todo, no me acabaría quedando mal del todo, aunque no haber visto el coche más que fugazmente en la semipenumbra de su paso por Peón no me había permitido tener claros todos los detalles y la parte trasera del Ferrari acabaría por no terminarse nunca, dejando el coche sin completar para pasar a otros que se iban acumulando en mi siempre concurrido ’garaje a escala’. El R5 Turbo de Fombona, en cambio, si que lo terminé y, tiempo después, pasaría a manos de su piloto junto a reproducciones de otros de sus coches (el 131 Abarth, el R5 turbo ’negro’, el Porsche ’promoservice’) que me compró como recuerdo de su paso por los rallyes… y con los que su hijo Sergio acabaría jugando, cuando aun era un crío, por la alfombra de casa, quien sabe si soñando ya con seguir algún día los pasos de su padre como finalmente acabaría haciendo.

Al final, si lo pienso fríamente, es probable que el ‘Príncipe’ que ahora recordamos con tanta nostalgia no nos hubiese resultado, en realidad, todo lo perfecto que habíamos planeado, ya que, no se muy bien porqué, no acabamos viendo todos los tramos que teníamos previsto y el abandono de Zanini (¡maldito poste de la luz!) o la prematura retirada de Genito (¡al que ni siquiera llegamos a ver!) fueron toda una decepción. Y, además, ¡de noche tampoco es que se viese mucho, la verdad! Pero, que más daba, teníamos veinte años, el ayer no existía, el hoy se devoraba con avidez, te trajese lo que te trajese, y realmente sólo importaba el mañana que, en nuestro caso, también tenía ‘olor a gasolina’. Al día siguiente del ’Príncipe de los Ferraris’ ya estábamos apuntados a la excursión que nos llevaría, apenas tres semanas después, al Gran Premio de Portugal, en el que Lauda y Prost se iban a jugar el mundial de Fórmula 1 a lomos de aquellos McLaren decorados con los inconfundibles colores de Marlboro y empujados por lo poderosos motores TAG-Porsche turbo… pero, como decía el inolvidable barman parisino de ’Irma la Douce’… “¡esa es otra historia!”.  De la que nos ocupa, la del Príncipe del 84, nos quedan ahora, casi treinta años después de aquel fin de semana de septiembre, sólo los buenos recuerdos, probablemente amplificados sus ecos por las paredes del túnel del tiempo… y también conservamos algo más tangible: unos recortes de viejas revistas, ya algo amarillentos y, sobre todo, un Ferrari de juguete, aun sin terminar del todo su decoración pero que sigue ocupando un lugar de honor en esa estantería de la habitación en la que pasé mi infancia y buena parte de mi juventud. Me basta con mirarlo cada vez que visito la casa de mis padres para comprender que, después de todo, aquel ‘Príncipe de los Ferraris’ si que fue realmente especial.

Texto y fotos: Daniel Cean-Bermúdez, enlace al reportaje original, publicado el 16 de septiembre del 2014, versión para internet del incluido en el especial que la revista 'CronoMotor' le dedicó al 'Príncipe de los Ferraris' en su número 279, de enero de 2013

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