UN RALLYE DE PELÍCULA

Iniciamos la nueva sección 'cita retro', en la que iremos recuperando ('remasterizados' al formato 'responsive') viejos reportajes publicados en los anteriores catorce años de la web. Para empezar os proponemos el que, con forma de guión de cine, hicimos en su día sobre la victoria de Meira-Bañobre con un Mitsubishi EVO X R4 en el rallye Rías Baixas del 2012. Una historia que recobra actualidad por dos motivos: porque este modelo de la marca de los tres diamantes es ahora el 'coche de moda' del nacional, después de las dos victorias de Cristian García en Canarias, y porque, desgraciadamente, el rallye vigués no se podrá celebrar este año.

Los rallyes nunca han sido un tema al que el cine le haya dedicado mucha atención. Más allá de una película de la Paramount, filmada a finales de los 60 con el rallye de Montecarlo de los años 20 como ‘excusa’ para desarrollar una típica comedia americana a la medida de Tony Curtis, pocas veces han aparecido en la gran pantalla. De hecho, probablemente la única que vez que se les trató medianamente en serio fue en algunas escenas, también del rallye de Montecarlo, que aparecían en la romantiquísima ‘Un hombre y una mujer’ de Claude Lelouch, recordada mucho más por el pegadizo ‘da da da dadá’ de su melodía que por las andanzas del actor-piloto Jean Louis Trintignant al volante de un Ford Mustang por los nevados tramos monegascos a mediados de los sesenta.

Y, sin embargo, si lo pensamos un poco, los rallyes tienen un enorme potencial para generar historias de esas que les gustan a los guionistas de Hollywood, en las que se pueden mezclar numerosos ingredientes para conseguir un argumento en el que haya desde suspense hasta drama, y en el que se pueda pasar, en un momento, de la tristeza a la alegría, de la tensión al éxtasis. Un poco de todo esto, y hasta algo más, tuvo este Rías Baixas 2012, cuyo desenlace me pareció digno de esos mil veces vistos en tantas ‘pelis’ americanas con el deporte de fondo, desde cualquiera de los muchos ‘Rocky’ hasta las numerosas, y buenas, que hay de béisbol o futbol americano. ¿Qué no os lo creéis? Pues a ver si os convence este guión para una película sobre rallyes, basado, libremente, en algunos de los protagonistas del Rías Baixas 2012.

Para empezar, suena una música con algún que otro toque de eso que ahora se llama ‘étnico’ mientras la gran pantalla se llena con los exuberantes verdes de un paisaje típicamente rural del noroeste de España. Sobre las colinas aparecen dispersas un buen número de pequeñas poblaciones con casas bajas, y sobre una de ellas, con el cartel de escuela encima de la puerta, se va cerrando el plano mientras la música inicial va perdiendo volumen y sobre ella se empieza a imponer la voz de la profesora, tratando de inculcar una lección cualquiera al grupo de chavales de 10-12 años que ocupan los gastados pupitres. En uno de ellos, un crío espigado, con mirada tan seria como despierta, está atento, pero no a la lección sino a aprovechar cada vez que la profesora se da la vuelta para escribir en la pizarra, momento en el que echa la enésima mirada furtiva a la revista escondida bajo una libreta en la que no hay margen que no esté ocupado por el dibujo de un coche, una rueda, un casco. La revista cuenta las hazañas de los pilotos de rallyes que el próximo fin de semana van a venir de todo el país para enfrentarse en las estrechas carreteras de la zona, esas por las que cada día va y viene de casa al colegio, del colegio a casa. Tan ensimismado está estudiando el mapa de los tramos por los que transcurrirá el rallye, que el timbre de final de la clase le hace dar un respingo, golpeándose la rodilla contra la cajonera y no pudiendo evitar que se le caiga al suelo la revista mientras se le escapa un ‘ay’ que resuena como un trueno en las paredes de la pequeña aula, causando la risa de sus compañeros y la reprimenda de la profesora.

Pasado el mal trago, el chaval se dirige a casa, todavía cojeando un poco a causa del golpe con el pupitre pero con la cabeza funcionando ya a mil por hora, pensando en el sábado, cuando se acerque a esa zona que ya ha identificado en el mapa como la ideal para ver pasar de cerca los coches de rallyes. Y el sábado llega, por fin, amaneciendo con una bruma espesa y cielo cubierto, incluso con algo de fina lluvia mojando el roto asfalto de la curva sobre la que se acerca la cámara y en la que, en primera fila, claramente identificable por ir vestido con una llamativa camiseta amarilla, se encuentra nuestro protagonista. Se suceden entonces las imágenes, en planos cortos, de los coches pasando a escasos centímetros y de las expresiones de júbilo del joven aficionado y de sus compañeros de cuneta. Es un espectáculo breve pero intenso, que se termina enseguida pero que deja en el chico una huella indeleble. De vuelta a casa en su mente no hay más que un pensamiento: “un día yo seré uno de esos pilotos”.

La magia del cine hace que los años pasen deprisa: el crío es ya un joven de unos ‘ventipocos’ años, que mantiene en común con el chavalín de la escuela el mismo semblante serio, la misma mirada despierta y la misma idea en su cabeza ‘correr en rallyes’. En casa no entienden muy bien esa fijación pero tampoco le ponen pegas… aunque, bien pensado, para el guión ‘hollywoodiense’ igual era mejor que se lo prohibiesen, y darle así un punto de drama y rebeldía juvenil que siempre queda muy bien en estos casos. Sea como fuere, al final, no sabemos muy bien como, nuestro protagonista aparece en pantalla enfundado en un casco y al volante de un coche de carreras con el que compite en sus primeros rallyes. Se mezclan entonces las imágenes que muestran sus primeros éxitos y fracasos, más de los segundos que de los primeros, porque los inicios siempre son duros y los rallyes suelen ser crueles la mayoría de las veces. Pero su determinación no decae y una vez conseguido el primer objetivo, participar en el rallye de casa (y en muchos otros), se empieza a plantear el segundo, que le suena aun más a sueño imposible, si cabe, que el primero: ser un día él quien esté en lo más alto del podio recibiendo los trofeos y el aplauso de sus paisanos, de su familia, de sus amigos.

Pero en los rallyes son dos los que van en el coche, y hasta ahora la película sólo se ha centrado en uno, el piloto. Sin embargo, desde hace poco tiempo a su lado ya hay otro personaje que va a ir ganando peso en la trama, su compañero de fatigas, el copiloto. Un chaval más risueño y, a la vez, ya con más experiencia en esto de las carreras, que procede del norte de la región y que ha llegado a los rallyes por camino parecido, a base de afición y de ir aprendiendo poco a poco. Los dos hacen enseguida ‘buenas migas’ y pronto vemos como la mayor veteranía del ‘copi’ es de gran ayuda para el piloto en sus primeros pasos fuera de casa, compitiendo en rallyes de las regiones vecinas y empezando a enfrentarse a los mejores a nivel nacional. Los dos, siempre fácilmente identificables por su ropa y su coche amarillo, van escalando peldaños y empiezan a codearse, de vez en cuando, con los grandes, a ganar carreras regionales, incluso empiezan a ‘ser alguien’ en eso de los rallyes también a nivel nacional. Es ahí cuando ambos comienzan ya a pensar que quizás el sueño de ganar el rallye de casa no sea tan inalcanzable después de todo.

Entra entonces en escena otro personaje que va a ir ganando minutos en la cinta, el preparador del coche. Un ‘ex-piloto’ que dejó las carreras cuando empezó a ser derrotado no por los rivales sino por si mismo, por ese miedo interior que todo piloto tiene siempre bien controlado porque, si aflora, te indica claramente que ha llegado el momento de dejarlo. Pero como los coches son toda su vida, nada más dejar de correr empieza a hacer crecer la pequeña empresa familiar, que de un modesto taller se transforma en una ‘fábrica de sueños’ en la que se montan y ponen a punto esos coches de rallyes más potentes con los que nuestros protagonistas (porque los dos, piloto y copiloto, son ya inseparables) soñaban hace unos pocos años y que ahora, gracias a la ayuda de familia y amigos, y a su propio trabajo, ya se empiezan a poder permitir. Siguen entonces las típicas escenas previas a una carrera, con música de fondo sonando mientras vemos planos del coche acabándose de montar en la nave del preparador, de los mecánicos dándole los últimos toques, de piloto y copiloto probándose su ropa nueva de correr… amarilla naturalmente, como el coche sobre el que se refleja la luz del sol cuando es sacado por primera vez a la calle. Entonces la música es sustituida por el sonido del motor, que llena la sala y nos indica que todo está preparado para el gran día, el día en el que nuestros protagonistas van a salir al rallye de casa dispuestos a pelear por esa victoria con la que siempre han soñado.

Aquí podíamos meter incluso otro ‘capítulo’, con alguna tentativa previa frustrada por inoportunas averías, algún que otro accidente o hasta una decisión en contra de los comisarios, que en ese caso encajarían a la perfección como los malos de la película (¿Qué sería de cualquier ‘peli’ sin algún malo que le haga la vida imposible a los protagonistas?). Pero tampoco hay que forzar demasiado la mano, al fin y al cabo, y ya que hablamos de cine, será mejor hacer caso al gran Alfred Hitchcock y aplicar aquello de que “la ficción ha de parecer verosímil aunque la realidad no tiene porque serlo”. Así que no les compliquemos más la vida a nuestros ‘protas’ porque sino alguno igual piensa que el guión es demasiado exagerado y poco realista.

Volvamos pues al ‘día del rallye’, con rápido fundido a una espectacular cruzada del coche amarillo al paso por una rotonda en pleno centro de su ciudad, rodeada de espectadores, de vecinos, de amigos, que aplauden a rabiar. Y sigamos con una toma desde dentro del coche que muestra la alegría de piloto y copiloto al comprobar que han sido los más rápidos en el tramo que pasa por alguna de aquellas curvas en las que el crío de los primeros minutos de la película empezó a soñar con ser él quien condujese alguno de aquellos coches. Con la noche cayendo sobre el rallye, el director de fotografía de nuestra imaginaria película tiene ahora una buena ocasión de lucirse y nos deleita con una serie de imágenes tan espectaculares como poéticas, en las que la cámara lenta y una música llena de emotividad nos llevan al final de la primera jornada del rallye. En la asistencia, piloto, copiloto y preparador repasan lo que ha sido la jornada: van los primeros pero al día siguiente queda aun lo más difícil. Esa noche a todos ellos les cuesta dormirse. Pero, finalmente, el cansancio les acababa venciendo y el sueño de ganar el rallye vuelve a hacerse real en sus mentes, aunque con la superstición propia de quien ha visto desvanecerse otras victorias que parecían hechas, ninguno quiera siquiera recordar lo que ha soñado en esas pocas horas de descanso previas al gran día.

Pero hasta el cielo parece estar de su lado, y el sábado amanece brumoso y cubierto, como aquel primer sábado de rallyes que vimos vivir al crío que salía de la escuela. La lluvia se convierte en un aliado más y los rivales van cayendo, uno a uno, por errores, por pinchazos, por problemas. En la soledad de la pequeña oficina de su camión taller, el preparador apenas puede ocultar su nerviosismo. Han sido muchos meses trabajando en los nuevos coches, con problemas, con incomprensiones, con sinsabores, con fallos y con aciertos, con mala suerte. Un nerviosismo que, en mayor o menor grado, comparten todos, desde el piloto al copiloto pasando por los mecánicos y hasta otro personaje que también tiene su merecido papel en este guión, ese buen amigo que desde hace años se encarga de contar sus rallyes en la prensa. Un amigo acostumbrado a sufrir y a disfrutar con sus triunfos y sus fracasos, que los vive tan o más intensamente que ellos desde las cunetas mientas les fotografía y espera con impaciencia a que sus tiempos aparezcan en la pantalla del ordenador o del teléfono móvil.

Todos ellos están con el alma en vilo cuando el coche amarillo sale por última vez, camino del sprint final del rallye. Sólo hay ya un equipo rival a tener en cuenta, pero es muy peligroso ya que lo forman dos bicampeones nacionales dispuestos a pelear hasta el último metro por la victoria. Cuando en el penúltimo tramo la diferencia a favor de nuestros protagonistas desaparece casi por completo, las dudas afloran ¿se quedarán otra vez a un paso de conseguirlo? Sin embargo, por la radio se oye la voz de otro joven piloto de la zona, al que la mala fortuna ya se la ha jugado hace unas horas y que tiene que conformarse con seguir lo que queda de rallye como espectador. Esa voz es clara y contundente: “en el último tramo va a volar ¡lo tiene hecho!”. Y nada más escucharse esas palabras la pantalla se llena con la imagen del coche amarillo, con sus cuatro ruedas despegando del asfalto y volando camino de la meta. Una meta que alcanza con un tiempo apenas unos segundos mejor que el de su rival, pero más que suficiente para ganar el rallye… ¡lo han conseguido! El sueño se ha convertido en realidad. La cámara se traslada al interior del coche donde todo son gritos y risas. A continuación vemos a sus dos ocupantes bajarse del vehículo y fundirse en un abrazo con sus rivales, que son los primeros en acercarse a ellos para felicitarles por su victoria, perfectos sabedores de lo que significa ganar el rallye de casa, ‘tu rallye’, el que siempre soñaste ganar, algo que ellos ya han conseguido en más de una ocasión.

Las escenas siguientes son ya la apoteosis final de nuestra película. En ellas, con música épica de fondo, se mezcla la llegada a la asistencia rodeados de aplausos, las primeras entrevistas ante la prensa, la felicitación de los mecánicos, el abrazo con el preparador (para quien la victoria también tiene un significado especial) y, finalmente, el auténtico climax, el podio en pleno centro de su ciudad, rodeados de su afición, sus amigos, su familia… descorchando el dorado champan subidos en lo más alto de ese coche amarillo que reluce como nunca con los reflejos de los tímidos rayos de sol que se abren paso a través de las nubes. Un final perfecto, un final feliz, al más puro estilo Hollywood ¿Quién dijo que los rallyes no daban para hacer una buena película?

Evidentemente, metido en el papel de guionista me he permitido alguna que otra licencia poética, así que, para terminar, y tras salir en los títulos de crédito los nombres de Alberto Meira como ‘el piloto’, Alvaro Bañobre como ‘el copiloto’, Roberto Méndez como ‘el preparador’, Miguel Díaz ‘Chapi’ como ‘el amigo periodista’, Iván Ares como ‘el joven piloto de la zona’, Alberto Hevia-Alberto Iglesias como ‘los rivales’ y el rallye Rías Baixas como ‘el rallye de casa’, la pantalla funde a negro y en ella aparece ese típico texto (que me sevirá además como excusa ante los diferentes 'actores' por haberlos metido en el guión sin su consentimiento), que dice algo así como ‘esta película está basada en hechos reales pero no todos los acontecimientos mostrados en la misma han sucedido exactamente así’. En todo caso, os puedo asegurar que muchos de ellos yo si que los viví como os los he contado en estas líneas, dejando por una vez de lado el papel de cronista objetivo para tomar el de escritor de ficción que, en ciertas ocasiones, resulta mucho más gratificante. Espero que también lo haya sido para los que hayáis tenido la paciencia de aguantar en la butaca hasta el final de este largometraje en que hemos convertido el triunfo de Alberto Meira y Alvaro Bañobre en el Rías Baixas 2012 ¡Enhorabuena a ambos por recordarnos que, a veces, los sueños se cumplen!

Texto y fotos: Daniel Cean-Bermúdez, publicado originalmente el 4 de junio del 2012

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