Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

CHAMPÁN PARA EL DEBUTANTE

18 DE JUNIO DEL 1939, HACIA LAS DOS DE LA TARDE.

El joven Rob Walker soñaba con tomar parte en las 24 Horas de Le Mans desde que era un chaval. La ‘culpa’ la tenían los relatos sobre los triunfos de los ‘Bentley Boys’ en la famosa carrera, dominada por los poderosos deportivos británicos en la segunda mitad de los años veinte. Similar deseo ya lo había satisfecho su compañero en aquella aventura, el más experto Ian Connell, que tiene una cuenta pendiente con la prueba después de su fugaz debut de cuatro años antes, cuando el embrague de su Singer le traicionó después de sólo diecisiete vueltas.

Los dos comparten en la edición del 1939 el elegante Delahaye 135S propiedad del heredero de los fabricantes del whisky Johnny Walker, con el que afrontan la competición al más puro estilo de los deportistas amateur británicos, pensando ante todo en disfrutar. Un objetivo que logran sin problemas durante la primera mitad de la competición.

Pero la de Le Mans es una carrera larga y dura. En cualquier momento todo puede irse al traste. Y eso es lo que parece ocurrir cuando, a eso de las cuatro de la mañana, Connell llega a boxes para dejar el coche de nuevo en manos de Walker. El veterano escocés apenas si puede caminar al descender del vehículo. Y no es por el lógico agotamiento físico y mental que supone pilotar cuatro horas seguidas en plena noche. La causa es que tiene dolorosas quemaduras en los pies producidas por una grieta en el sistema de escape, cuyos ardientes gases están calentando hasta límites insoportables el suelo del habitáculo. El problema no se puede reparar con los pocos medios que el equipo tiene en el circuito y el estado en que están los pies del piloto desaconseja por completo que se vuelva a subir al coche en lo que queda de carrera.

Faltan todavía doce horas para la conclusión de la prueba, así que la suerte del Delahaye número 20 parece echada. Con un solo piloto disponible, que apenas tiene experiencia, el abandono se antoja poco menos que inevitable. Pero Walker no es de los que se rinden fácilmente. Es obstinado y decide que no ha llegado hasta ahí para dejar el sueño a la mitad. En su equipaje tiene unos zapatos de gruesa suela de soga, los moja en agua fresca, se los pone y se sube al coche dispuesto a seguir adelante.

Contra todo pronóstico, ocho horas después, cuando el sol ya está en todo lo alto sobre el circuito de La Sarthe, continúa en carrera, rodando sin más contratiempos. El problema del escape no ha ido a más, el truco de mojar los zapatos cada vez que para en boxes ha mantenido sus pies sin quemaduras y el coche ha seguido funcionando como un reloj, bien manejado por su inexperto piloto que, pese a las muchas horas seguidas al volante, no ha cometido el más mínimo error. Su ritmo constante le ha permitido, además, ir escalando posiciones y hace ya unas cuantas horas que está cómodamente instalado entre los diez primeros. Cuando se enfilan los compases finales de la carrera es octavo, con diferencias suficientemente amplias, tanto por delante como por detrás, para que la posición no vaya a sufrir variación salvo averías o accidentes.

Walker saborea cada vuelta como si estuviera haciendo un viaje de placer por la campiña francesa en pleno verano. Hasta se ha vestido adecuadamente para ello. Por la mañana ha cambiado el muy formal traje negro de raya fina usado en la tarde-noche por uno gris, igualmente elegante pero más de sport. A medida que avanzaba la carrera se ha ido sintiendo más a gusto y apenas si acusa el cansancio pese a lo erguida de la posición al volante, el calor que desprende el suelo del vehículo y la concentración que requiere seguir rodando a 130 de media casi sin descanso. Sus sentidos siguen alerta y le hacen llegar sensaciones positivas. El tacto de la madera del volante es suave pese a las vibraciones que llegan del asfalto. Al oído le sigue pareciendo música celestial, por más que lleve horas escuchándolo, el sonido del motor, que gira sin desmayo emitiendo un estruendoso rugido. La vista la mantiene fija bien a lo lejos para prever cualquier posible problema y sólo acerca el objetivo de su mirada brevemente en algunos virajes, cuando aprovecha la menor velocidad para inclinarse ligeramente a un lado y a otro, de modo que pueda comprobar, a través de los orificios practicados en los guardabarros delanteros, si la banda de rodadura de los neumáticos muestra síntomas de fatiga. Un reventón puede ser fatal a esas velocidades así que no hay que olvidarse de revisar ese detalle cada cierto tiempo.

Pero no, no hay problema, las gomas están perfectamente para aguantar hasta el final. Por eso, al pasar por la recta le sorprende ver la pizarra de su equipo, instándole a que se detenga en boxes. ¿Habrán escuchado o visto algo raro desde fuera que a él no ha notado? Durante los siguientes seis minutos, mientras completa la vuelta antes de hacer caso a las indicaciones y detenerse en el siguiente paso meta, no puede evitar preocuparse y temer que el sueño se vaya a terminar cuando está tan cerca de cumplirse.

Sin embargo, cuando se acerca ya a velocidad reducida al lugar donde les esperan sus compañeros se da cuenta de inmediato, al ver las sonrientes expresiones de sus rostros, de que nada malo puede estar ocurriendo. El motivo de la que será su última parada en boxes es mucho más festivo de lo que se podía imaginar. Entre la comida y bebida que el equipo británico ha llevado para consumir durante la larga carrera había una buena provisión de champán. A medida que pasaban las horas sin más problemas en el coche, su lesionado compañero y el resto de componentes de la formación han ido dando buena cuenta del dorado vino espumoso. Y cerca ya del final de la carrera, cuando van a abrir la última botella, deciden que su piloto bien merece tomarse también una copa. Esa es la causa de la inesperada llamada a boxes, brindar todos juntos por el final feliz de la aventura que está a punto de terminar. Rob saborea el fresco y burbujeante líquido y, entre risas y gritos de ánimo, vuelve a ponerse al volante para llevar el Delahaye a la meta en la octava posición.