EL MEJOR ADELANTAMIENTO DE GIL DE FERRAN

CART 2001 - Rockingham.

El penúltimo día del 2023 nos ha dejado de forma totalmente inesperada Gil de Ferran. Como pequeño homenaje al piloto brasileño comparto a continuación la parte final del relato sobre su sensacional triunfo en la carrera de la CART celebrada el año 2001 en Rockingham, texto que forma parte de 'Mucho más que dar vueltas en círculo', una de las historias incluidas en mi libro 'Más allá de la línea roja'.

De Ferran marcaba un ritmo frenético y sólo Brack era capaz de seguirle. No se podía pedir más, los dos primeros clasificados del campeonato luchando por la victoria en un duelo directo. Ahora era el sueco quien estaba en el papel de cazador, esperando su momento. Y de nuevo el tráfico de pilotos doblados era su mejor aliado. Mientras los iban alcanzando uno a uno el brasileño no tenía problemas para mantener un margen de alrededor de un segundo, rebasándolos con tanta decisión como precisión. Pero, a cinco vueltas del final, De Ferran llegaba a cola de un grupo de cuatro pilotos enzarzados en su propia lucha particular. Era el peor escenario posible para el vigente campeón y el mejor para el ambicioso aspirante. El de Penske lograba deshacerse de los dos primeros, pero al alcanzar al tercero, Papis, quien, a su vez, buscaba un hueco para atacar a Oriol Serviá, no tenía más remedio que perder velocidad. Era exactamente lo que Brack necesitaba. Justo delante de nuestros ojos, a la salida de la curva 4, el Lola ‘Shell’ se pegaba a la cola del Penske ‘Marlboro’ como un avión de combate cuando se dispone a abrir fuego para abatir a su enemigo. De Ferran trataba de sacudírselo, buscando el interior del primer viraje. Pero Brack llegaba con más velocidad y le superaba por el exterior cuando se iniciaba la antepenúltima vuelta. El sueco recuperaba el liderato y tenía la victoria muy cerca.

Pero la carrera aún no había acabado aunque restase apenas medio minuto. De Ferran no se daba por vencido y la situación se invertía por completo. Ahora era Brack quien se encontraba con otros cuatro pilotos rezagados justo cuando la bandera blanca indicaba el inicio de la última vuelta. El sueco trazaba milimétricamente las curvas uno y dos, buscando la línea blanca del interior para acortar el terreno a recorrer y no dejar el más mínimo espacio a De Ferran. El brasileño le seguía a lo que, en términos de carreras de caballos, era apenas un largo de distancia. El sueco, molestado por la presencia de los coches a los que estaban alcanzando, había perdido algo de impulso en la parte inicial del trazado. En lugar de pasar a fondo los dos primeros virajes tenía que levantar mínimamente el pie. Y esa pequeña caída de velocidad era letal. Desde nuestro asiento situado unos metros antes de la meta veíamos como De Ferran pegaba el morro de su Penske a la caja de cambios del Lola cuando llegaban a la curva 3, que ambos pasaban poco menos que en tamden, sin apenas distancia que les separase. Faltaba sólo la última curva y estaba claro que el brasileño lo iba a intentar.

Era una de esas situaciones en las que el piloto que adelanta ha de confiar en que el rival no haga ninguna maniobra inesperada, apretar los dientes, poco menos que cerrar los ojos y, guiado por su instinto, ‘ir a por ello’. Entonces, cuentan los que lo han vivido, parece que todo sucede a cámara lenta. El tiempo casi se detiene, permitiendo al que ataca analizar lo que está ocurriendo delante de sus ojos para saber cual es la decisión correcta. En una fracción de segundo, que en su cabeza se alarga de forma imposible de cuantificar, puede escoger entre recorrer menos distancia por el interior pero, a cambio, verse obligado a hacer un movimiento más brusco que le haga perder impulso, o dejar que la inercia sea su aliada y seguir absolutamente a fondo hacia el exterior, aunque eso signifique recorrer más metros y pasar a escasos centímetros (o puede que sólo milímetros) del muro de hormigón.

De Ferran optaba por lo segundo y rebasaba a Brack por fuera, metiendo su Penske entre el Lola de su rival y la pared de cemento por un hueco en el que acertar, a más de 350 kilómetros por hora, debe de ser algo así como tratar de enhebrar una aguja a la primera y sin pensárselo. Una maniobra extraordinaria, precisa, fulminante, y ejecutada justo delante de nuestra absorta mirada, que nos dejaba sin aliento. El ‘¡ooohhhhh!’ que salía de nuestras gargantas se mezclaba entonces con el ‘¡¡¡¡wooossshhhh!!!!’ que dejaba a su paso aquel proyectil rojiblanco mientras buscaba la línea blanca del interior de la curva, la alcanzaba por delante tras casi tocarse con su rival, y cruzaba la de meta como ganador. Sin darnos cuenta, a la estela del brasileño todos en la tribuna nos poníamos en pie, haciendo una ola que en nada tenía que envidiar a la mejor que nunca haya hecho la ‘torcida’ de Maracaná cuando otro de los suyos, un futbolista vestido con la ‘canarinha’, marca el gol de la victoria.

Ya no importaba que el viernes no hubiésemos visto una sola vuelta de entrenamientos. Ni los continuos retrasos, ni los atascos, ni que la carrera se hubiese recortado dos veces. Había sido un espectáculo más corto pero, tal vez también por ello, aún más intenso. Y ese último adelantamiento, que el propio De Ferran siempre ha considerado el mejor de su carrera deportiva, era la guinda de un pastel que a punto estuvo de no llegar a cocinarse pero que, finalmente, nos dejó un dulce sabor que todavía recordamos casi veinte años después. Antes de ver a los ‘Formula Indy’ en Rockingham ya teníamos claro que eso de las carreras americanas era mucho más que dar vueltas en círculo. Tras experimentarlo en directo nos quedó definitivamente demostrado.