LA MEJOR PRIMERA VUELTA DE LA HISTORIA

Gran Premio de Europa de Fórmula 1 1993 - Donington Park.

La superioridad técnica del equipo ganador la pasada campaña es incuestionable. Tanto como para que todo un tricampeón del mundo haya tenido la paciencia suficiente de tomarse un año sabático con tal de asegurarse el volante de uno de sus monoplazas. El otro está en manos de un novato de apellido ilustre, destinado a ser, literalmente, un cero a la izquierda del veterano, que pilota el identificado con el número dos simplemente porque el uno se lo ha llevado a hacer las Américas el campeón a sus mandos cuando el año anterior lucía el cinco en color rojo.

No hay duda. Después del abrumador dominio ejercido a lo largo del 1992 por Nigel Mansell con el Williams FW14B, de sofisticada suspensión activa y potente motor Renault V10 de tres litros y medio de cilindrada, la temporada del 1993 de Fórmula 1 está decidida antes de empezar. Pilotando la nueva evolución del modelo diseñado por el genial Adrian Newey, Alain Prost va a conseguir su cuarto título de Campeón del Mundo con el el FW15C que porta el número 2. Y su compañero de equipo, Damon Hill, le escoltará la mayoría de las veces mientras sueña con cambiar algún día el número 0 que adorna el frontal de su monoplaza por el 1 de Campeón que su padre logró en dos ocasiones.


En efecto, cuando aún falten por disputar dos Grandes Premios para completar el calendario, el veterano 'Profesor' ya se habrá asegurado matemáticamente su cuarto título mundial. Y aunque tendrá que esperar todavía un poco más, el hijo de Graham Hill verá su sueño cumplido y será Campeón del Mundo de Fórmula 1 con un Williams a finales del 1996.

Sin embargo, lo más recordado de la temporada de Fórmula 1 del 1993 no es el triunfo final de Alain Prost, los primeros éxitos de Damon Hill o el segundo año consecutivo en el que un monoplaza surgido de la fértil imaginación de Adrian Newey barrió a la competencia. Lo más memorable de aquella campaña iniciada a mediados de marzo en Sudáfrica y concluida a principios de noviembre en Australia con carreras en dos circuitos hace tiempo abandonados por el 'Gran Circo' (la histórica pista de Kyalami, que se despidió aquel año del mundial, y las pintorescas calles de Adelaida, que lo haría dos después) no es ni siquiera un Gran Premio en concreto de los dieciséis celebrados en los menos de seis meses que transcurrieron entre ambos.


Lo más inolvidable que nos dejó la Fórmula 1 del 1993 fue una vuelta. La que en lengua inglesa algunos llaman desde entonces 'The lap of the Gods' haciendo un juego de palabras con el doble significado de 'lap' como 'vuelta' y el de esa expresión como 'en manos de Dios'.

Ocurrió hace exactamente treinta años, tal día como hoy, un 11 de abril, en otro escenario al que no han vuelto desde entonces los monoplazas de la máxima categoría del automovilismo mundial, Donington Park.

Su tan apasionado como excéntrico y acaudalado propietario, Tom Wheatcroft, había visto competir en aquella estrecha cinta de ondulante asfalto del centro de Inglaterra a las legendarias 'flechas plateadas' de Auto Union y Mercedes a finales de los años treinta. Entonces apenas era un adolescente. Y aunque estaba lleno de las esperanzas propias de la temprana edad, no podía imaginar que un día llegaría a ser el dueño de aquel terreno sobre el que volaban más que rodaban los poderosos monoplazas germanos. Casi seis décadas después no sólo Donington Park era suyo. Además había logrado lo que la mayoría consideraba imposible, que en la remozada pista se disputara una carrera puntuable para el Campeonato del Mundo de Fórmula 1, el Gran Premio de Europa.


Con el patrocinio de la marca de videojuegos SEGA, elegida por la multinacional Sony como 'sponsor' también de los Williams-Renault, todo parecía preparado para un claro triunfo del equipo destinado a dominar por completo la temporada.

Así ocurría en la sesión de clasificación, con Prost y Hill siendo los únicos capaces en completar una vuelta en 1'10" mientras ninguno de sus rivales era capaz de parar el crono por debajo de 1'12". El más rápido del resto, a más de un segundo y medio del francés, era un joven alemán llamado Michael Schumacher que venía pisando fuerte con el llamativo Benetton desde su debut apenas unos meses antes al volante del modesto Jordan.

A apenas una décima del nuevo prodigio germano se había situado Ayrton Senna a base de rodar más allá del límite con su McLaren, lastrado por un motor V8 Ford Cosworth 'cliente' que ni siquiera gozaba de las última evolución en forma de válvulas neumáticas utilizada por el monoplaza amarillo y verde, colores de la tabaquera Camel y la marca de moda italiana que le daba nombre.


Sólo un milagro podía evitar el doblete de los Williams. O también algo más tangible, aunque viniese igualmente de arriba, la lluvia. En la anterior carrera, el Gran Premio de Brasil, las nubes habían bendecido con su agua la pista de Interlagos y Senna había aprovechado a la perfección esa ayuda llegada del cielo para conseguir, gracias a su sobrenatural talento para pilotar sobre piso deslizante, una de esas victorias imposibles que tienen más valor, especialmente si van acompañadas del fervor del público de casa.

Dos semanas después, el asfalto de Donington Park estaba empapado por una fina lluvia de primavera cuando se iba a iniciar el que sería único Gran Premio disputado allí. Las nubes sobre el trazado de la región de 'Midlands' eran tan oscuras que parecía mucho más tarde de lo que en realidad era. En esas condiciones, Senna tenía una oportunidad y estaba dispuesto a aprovecharla. Aunque en la arrancada tanto el brasileño como Schumacher se veían sorprendidos por el austriaco Wendlinger, que reaccionaba más deprisa que nadie a la señal de salida y los superaba a ambos con su Sauber, el siguiente minuto sólo iba a tener un protagonista, el piloto del McLaren número 8. Se tarda mucho más en contarlo con palabras porque en directo fue poco menos que visto y no visto.


En la primera curva, la delicada derecha de 'Redgate', Senna entraba envuelto en una nube de agua en la quinta posición.

A la salida del viraje ya era cuarto tras superar a Schumacher por el interior, sin que la nueva estrella emergente pudiera casi ni darse cuenta, concentrado como estaba en buscar la mejor trazada para las enlazadas de 'Craner', a cuya derecha ya llegaba por detrás del brasileño.

Apenas unos metros más adelante, Senna rebasaba a Wendlinger por el exterior de la segunda curva de 'Craner', una intimidante izquierda en bajada que tomaba por fuera a una velocidad que parecía imposible para las condiciones del asfalto.

A continuación, el McLaren se pegaba al Williams de Hill en la cerrada 'Old Hairpin', lo seguía como su sombra en el breve tramo con ligera pendiente hasta 'McLean' y lo adelantaba sin contemplaciones a base de frenar mucho más tarde por el interior.

Unos metros por delante, Prost se mantenía en cabeza desde la arrancada pero un breve vistazo a sus retrovisores le avisaba de la inminente amenaza a su liderato. La estilizada silueta rojiblanca del MP4/8 de su gran rival ocupaba cada vez más espacio en los pequeños espejos del Williams mientras recorrían la recta de 'Starkey'.

Saliendo de las 'eses' ya estaban pegados uno al otro, después de que el brasileño las trazara con la precisión necesaria para enhebrar una aguja a la primera y sin dudar.

El siguiente obstáculo era la horquilla de 'Melbourne'. Prost la afrontaba con dudas. Senna con la máxima determinación. Aunque la trasera de su McLaren se movía de forma alarmante, el brasileño la controlaba y se lanzaba por dentro sin dar opción al francés, que no podía oponer resistencia alguna.


En menos de una vuelta, en apenas un minuto y diez segundos, Senna había pasado de la quinta a la primera posición. Nadie iba a ser capaz de arrebatársela en las casi dos horas que duraría una carrera llena de alternativas, con numerosas paradas en 'boxes' para cambiar neumáticos, de mojado a seco y viceversa, a medida que el caprichoso clima británico hacia de las suyas.

Tras completar setenta y seis giros a Donington Park, el fabuloso piloto brasileño lograba una de sus victorias más memorables. Un triunfo que se había fraguado en la probablemente mejor y sin duda más recordada primera vuelta de la historia de la Fórmula 1.