Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

¡QUE BUENO ES EL 34 DE LOS BUCKS!

NBA: De un amistoso en el 2014 a las finales 2020-2021

Viajar a Nueva York era un sueño que tenía desde hacía tiempo. Lo cumplí en otoño del 2014. Una vez allí no podía dejar de cumplir otro, ver en directo un partido de la NBA en el Madison. Daba igual que fuera de pretemporada y que el rival de unos New York Knicks que venían de otra campaña decepcionante fuera los Milwaukee Bucks, el peor equipo del año anterior en cuanto a número de victorias.

Un motivo de interés extra para el buen número de aficionados españoles que había en las tribunas aquella tarde de finales de octubre era la presencia de Calderón como base titular del quinteto local. Un aliciente que duró muy poco a causa de una lesión que sacó de la cancha al jugador español apenas iniciado el encuentro. Tampoco es que el partido resultara especialmente memorable, falto de la tensión competitiva propia de los enfrentamientos en los que hay algo más en juego que la simple honrilla de ganar un amistoso, dedicado sobre todo a probar sistemas y jugadores de cara al inminente inicio de la temporada oficial.

Además, los Knicks estuvieron especialmente fallones desde el principio, para desconsuelo de su exigente hinchada, que pronto comenzó a preocuparse más por los contenidos que ofrecían las numerosas pantallas a disposición del público, los mensajes de sus teléfonos móviles o la amplia oferta gastronómica disponible en los espaciosos pasillos del 'Garden'.

De todas formas, lo de menos para mi era el resultado. Suele importarme poco casi siempre, ya que tengo una visión del deporte que se basa más en disfrutar del espectáculo en si mismo que en depender de su desenlace. Así que, aunque los Bucks tomaron ventaja enseguida, y pronto quedó claro que la victoria iba a ser suya con comodidad, me lo pasé realmente bien con el partido, ayudado por todo el ambiente festivo que lo rodeaba y que tantas veces había visto desde la distancia de la televisión. La música, las actuaciones de bailarines, acróbatas y demás atracciones más o menos circenses en las pausas, la interacción entre el público a través de las pantallas y el 'dos por uno' de oferta en el 'perrito' que me compré en el descanso contribuyeron a hacer más completa la experiencia.

A nivel deportivo también tuve motivos para pasarlo bien. El culpable fue un jugador cuyo nombre le costaba casi tanto pronunciar al 'speaker' como a mi entenderlo. Era tan largo que no cabía entero en el inmenso vídeo marcador que reflejaba las estadísticas en tiempo real y me resultaba prácticamente ilegible, desde la distancia, en la espalda de la camiseta verde sobre la que rodeaba al número 34.

El jugador en cuestión era Giannis Antetokounmpo, un joven griego de origen nigeriano que había debutado en la liga el año anterior. El equipo de Milwaukee lo había elegido en el puesto número 15 de la primera ronda del 'draft' pese a haber competido previamente sólo en la segunda división griega. Sobre el papel parecía una de esas apuestas por lo exótico que hacen en ocasiones las escuadras de la parte baja de la tabla en busca de un milagroso revulsivo. Una apuesta arriesgada que acabaría siendo ganadora.

Protagonista de una primera temporada más que digna, hasta el punto de ser incluido en el segundo mejor quinteto de 'novatos' de la liga, Antetokounmpo iniciaba su segundo año en la liga cuando tuve la fortuna de verlo en directo en el Madison. Mentiría si dijera que aquella actuación suya en un intrascendente amistoso me convenció de que sería uno de los jugadores más dominantes de la liga en apenas tres o cuatro años. Pero si que es cierto que aquel pivot de los Bucks me impresionó desde su primer contacto con el balón. Sus brazos y piernas competían en longitud con su apellido pero se movían con una velocidad muy superior a lo que se podría esperar dado su tamaño. Era sorprendentemente ágil y tenía una habilidad más que notable con el balón en las manos. Era capaz de subirlo botando como un base, lanzaba con tino nada desdeñable desde media distancia como un alero y, gracias a su capacidad de salto descomunal, taponaba de forma intimidadora y reboteaba con insultante facilidad en ambos aros. En defensa era un muro y un ataque un estilete. En un par de ocasiones se ganó la ovación del público tras culminar con un poderoso mate una penetración hacia el aro iniciada desde muy lejos, cubriendo la distancia hasta su objetivo con un primer paso de esos que resultan poco menos que imposibles de defender.

Recuerdo comentar todo esto a la vuelta con mi padre, sufrido seguidor de los 'Knicks', y con mi hermano Alberto, que se decanta más por sus vecinos, los 'Nets'. A ambos les dije algo así como ¡vaya bueno que es el 34 de los 'Bucks! Otra cosa es que imaginara siquiera que Antetokounmpo acabara convirtiéndose en la versión moderna del Lew Alcindor/Kareen Abdul Jabbar que llevó al título a la escuadra de Milwaukee en 1971.

Siete años despues, justamente esa es la sensación que me ha dejado al verlo hoy a través de la televisión en el sexto partido de las finales de la NBA 2020-2021.

Una serie con protagonistas inesperados, porque ni los Phoenix Suns ni los Milwaukee Bucks contaban en los pronósticos. Los de Arizona, liderados por un eterno aspirante al anillo de campeón, el tan certero como elegante Chris Paul, las empezaron dominando con dos claras victorias en casa. Los de la ciudad donde nacen las Harley Davison les pasaron encima como motos en los dos siguientes y les vencieron también en el quinto para llegar con ventaja de tres a dos al sexto, a celebrar en su cancha. Tres victorias logradas con especial protagonismo de Antetokounmpo, convertido hace tiempo en la gran estrella del equipo, pero también gracias a la inestimable ayuda de sus compañeros Middleton y Holiday, especialmente acertados en la faceta anotadora.

El muy fallón inicio de los dos equipos en el sexto encuentro, con porcentajes de acierto impropios de la final de la mejor competición de baloncesto del mundo, parecía dar la razón a los que despreciaban esta final por su falta de estrellas. Pero entonces empezó a brillar una. La del número 34. La del jugador cuyo nombre ya sabemos todos pronunciar hacer tiempo a base de escucharlo cada vez más. La de Giannis Antetokounmpo.

Se suele decir que para ganar hace falta algo más que un gran jugador, por extraordinario que sea. Pero hay ocasiones en las que hay alguien en la cancha con tal capacidad para marcar la diferencia que prácticamente gana los partidos él solo. Dicen que así ocurría en tiempos de Bill Russell, cuando los Celtics eran una apisonadora. Y de Wilt Chamberlain, cuya insaciable hambre de puntos devoraba a los rivales de sus Lakers. Más cerca en el tiempo ya tuvimos la fortuna de verlo con aquellos Bulls en los que cuando había que resolver la táctica estaba clara, darle el balón a Michael Jordan que ya se encargará él de hacer lo que sea necesario para conseguir el triunfo. Algo que, recientemente, también aplicaron en más de una ocasión los Cavs con su 'elegido', Lebron James.

Precisamente eso fue lo que hizo Antetokounmpo anoche para que los Bucks lograran su segundo título exactamente cincuenta años después del primero. Su primer paso hacia canasta fue más imparable que nunca. Sus mates tan o más demoledores que siempre. Sus brazos llegaron todavía más alto para poner tapones y coger rebotes en lugares imposibles de alcanzar para el resto. Hasta estuvo prácticamente infalible desde la línea de tiros libros, tal vez su punto más débil, como si llevar el mismo número del gran Shaquille O'Neal acarreara tal penitencia.

Las cifras que resumen su actuación (50 puntos, 14 rebotes, 5 tapones, 2 asistencias) con ser elocuentes no son capaces de contarlo todo. Más allá de esos números impresionantes está el modo de conseguirlos, anotando cuando la mano del resto tiembla, asumiendo siempre la responsabilidad en ataque, parando en seco con su tenaz defensa cualquier atisbo de reacción del rival. Cincuenta años después del éxito de aquellos Bucks liderados por Alcindor justo antes de cambiar su nombre por el de Abdul-Jabbar, los de Milwaukee tienen en sus filas otro jugador dominante que les ha llevado a conseguir lo que llevaban cinco décadas anhelando.

Cincuenta puntos de Antetokounmpo han hecho falta para terminar con una espera de cincuenta años.

¡Sí que era bueno aquel 34 de los Bucks que me impresionó en el Madison!

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