Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

ROGLIC REPITE EXHIBICIÓN EN SAN MARINO

Repaso a la primera semana del Giro de Italia del 2019

Las jornadas de llano en la primera semana de una gran vuelta por etapas son una metáfora de la vida. Todos sabemos como va a terminar, con un destino tan indeseado como inevitable. Pero eso no impide que nos resistamos a ese desenlace con todas nuestras fuerzas, aún siendo más que conscientes de que nada vamos a poder hacer para impedirlo cuando llegue el momento. Eso, ni más ni menos, es lo que ocurre con las escapadas que se forman cada uno de esos días que los velocistas tienen marcados en su calendario como propicios para exprimir a fondo su velocidad en un furioso sprint. Es su terreno y no van a permitir que nadie les quite siquiera una de las oportunidades que les ofrece la carrera antes de que empiecen las largas y empinadas subidas en las que les tocará sufrir.

Cómo Dioses que deciden la suerte de los mortales, dejan que algunos de estos se ilusiones con un final diferente. Durante interminables kilómetros juegan con ellos. Les dejan exhibirse en cabeza, orgullosos y felices de protagonizar la aventura del día. Algunos, los más osados o los más inocentes, llegan a pensar que van a salir victoriosos. Que, por una vez, la cruel matemática del pelotón va a fallar. Pero no falla. Por mucho que su ventaja crezca, los números juegan en contra de los fugados. Las fórmulas de velocidad, espacio y tiempo les condenan a ser alcanzados dónde y cuando los equipos de los velocistas consideran más oportuno. Normalmente tras la última cuesta más o menos peligrosa del día. Así no se da opción a que otros valientes prueben fortuna. Los ‘trenes’ de las formaciones más fuertes se ponen entonces al frente de las operaciones y ya nadie podrá tomar ventaja, bastante tendrán todos con mantenerse a rueda mientras el ritmo y la tensión aumentan hasta que se alcanza el kilómetro final y los sprinters llegan al lugar y el momento que han estado esperando, pacientes, durante todo el día.

Así ocurrió en la segunda etapa, con final en Fucechio y primera victoria para el nuevo exponente de la larga escuela de rápidos alemanes que destacan en los últimos metros de los recorridos llanos: el actual campeón germano Pascal Ackermann. Y lo mismo pasó en la tercera, que parecía haber terminado también con victoria para otro ciclista vestido con los colores de la bandera de su país, el campeón de Italia Elia Viviani, primero en cruzar la meta de Ortebello. Pero el rapidísimo sprinter del Deceunink no había hecho uso del axioma matemático que es ley en las ‘volatas’. Ese de ‘la recta es la distancia más corta entre dos puntos’. En su lugar, describió un ángulo hacia la izquierda cuya intersección con la trayectoria rectilínea de Moschetti frenó a su compatriota pero le acabó costando la descalificación y dejó la victoria en manos de Fernando Gaviria, ese colombiano alto y fuerte empeñado en demostrar desde hace tiempo que en su país no sólo hay pequeños y ligeros escaladores.

Entonces llegó la cuarta etapa, con un perfil que mostraba en su parte final uno de esos sitios propicios para las emboscadas que tanto preocupan a los directores de equipo y tan poco gustan a los sprinters. Una zona de descenso por carretera estrecha justo antes de una última ascensión, a apenas cinco kilómetros de la meta. Además, para añadir un factor extra de dificultad, la lluvia que se esperaba pero no había llegado en Bolonia si hacía acto de presencia en las inmediaciones de Frascati. La combinación entre las intenciones de situarse delante que tenían todos, la escasa anchura de la calzada, su desnivel y lo resbaladizo del asfalto debido al agua llegada del cielo produjeron la poco menos que inevitable caída. Entre los afectados, uno de los favoritos, Dumoulin, con un fuerte golpe en su rodilla que le condenó a terminar la etapa a paso lento, escoltado con mirada preocupada por sus compañeros de equipo, conscientes de que el Giro se acababa para su jefe de filas. Los más de cuatro minutos perdidos en meta eran lo de menos, el excelente ciclista holandés no podría tomar la salida al día siguiente y se convertía en el primer nombre a tachar de la lista de aspirantes a la maglia rosa final en Verona. Una lista en la que el de Landa bajaba más posiciones al ser uno de los que se quedaron cortados por detrás de la montonera, con el español culpando a Yates mientras este se iban por delante en la veintena de los que se habían librado del incidente. Entre ellos estaba su compañero en Movistar, Richard Carapaz, que había cedido tiempo el día anterior pero seguro que lo daba por bueno a cambio de la magnífica victoria que conseguía instantes después. El joven ecuatoriano sorprendía a sus compañeros en el selecto grupo de sólo seis que acababa entrando en cabeza y que incluía al líder, Roglic, al potente Ackermann y a los veloces Ewan, Ulissi y Senechal. Ninguno podía con el ataque final del ganador de las dos últimas Vueltas a Asturias, decidido a convertirse en la alternativa de su equipo para el caso de que, llegada la gran montaña, Landa vuelva a no estar donde se le espera, en los puestos de delante.

Al día siguiente tal parecía que las nubes habían llegado desde Holanda para llorar desconsoladas por el abandono de Dumoulin. No cesaba de llover durante todo el día, las carreteras se convertían en piscinas y era momento de darse una tregua, con los diez kilómetros finales sin validez para la general a efectos de tiempos, dada las peligrosas condiciones en que se encontraba. Lo que no detenían los charcos era el ardor de los sprinters, que se jugaban la victoria en la recta final con segundo triunfo para Ackermann, vestido esta vez con la maglia Ciclamino que distinque en el Giro al primero en la clasificación por puntos.

Pero, como ocurre en toda guerra, la paz duraba poco. La sexta etapa presentaba un perfil propicio para aventureros de más postín. Y, además, como para avisar al hasta entonces inmaculado líder de que nadie está a salvo en una carrera de tres etapas, Roglic daba con sus huesos en el suelo en los kilómetros iniciales. Entre una cosa y otra, el esloveno y su equipo decidían que, después de todo, lo de llevar la preciada maglia rosa todos los días está muy bien, pero a veces vale más no ser avaricioso y pensar a largo plazo. Mejor dejarla en manos de otro que la quiera lucir por unos días. Ese acababa siendo Valerio Conti, miembro de una escapada de trece ciclistas con suficiente nivel como para llevarla a buen puerto a poco que por detrás no se pusiera demasiado empeño en ir a buscarlos.

Justamente eso era lo que pasaba. En el pelotón, con Roglic entre dolorido y preocupado por el incidente inicial, su equipo marcaba un ritmo que no ponía en peligro la fuga. Eso sí, los del Team Jumbo procuraban que las diferencias no se dispararan en exceso para que no se convirtiera en una de esas escapadas que acaban con un Tour ganado por un Pereiro o un Vuelta en la que termina triunfando un Giovanetti. Por delante, cuando se encaraba la larga subida al puerto de segunda categoría situado en los kilómetros finales, tal vez soñaba con una sorpresa así Conti mientras apretaba los dientes para resistir el empuje del joven Masnada, que se iba por delante decidido en busca de la victoria de etapa. Los dos coronan juntos, Masnada tirando sin mirar atrás, Conti pegado a su rueda, y desde ese momento ambos saben que van a tener premio en la meta. Minutos después, el de UAE se viste de rosa y ¿quién sabe? aunque no vaya a resistir de líder hasta el final igual puede convertirse en un Chiapucci que se descubre a sí mismo como más y mejor en una situación similar del Tour del año noventa. El del equipo de los juguetes, por su parte, se lleva el triunfo del día con toda justicia y se confirma como uno de esos corredores valientes que merecen tener éxito. En Masnada se dan, además, varias de esas coincidencias que no significan nada pero nos gustan, aunque sólo sea porque nos permiten recordar a algunos ciclistas admirados de otras épocas. El chico es de Bergamo, como el elegante Gimondi. Y se llama Fausto, nombre destinado a los infiernos por Dante aunque dos veces haya terminado en el paraíso del Giro. Porque en toda la historia de la ronda italiana sólo había habido, hasta el jueves 16 de mayo del 2019, dos vencedores de etapa llamados Fausto que, además, terminaron también siendo ganadores finales de la ronda italiana. Uno fue el que todos recuerdan, el gran Coppi, el ‘campionissimo’. Otro es el que Paco Galdos nunca podrá olvidar, Bertoglio, aquel que se pegó a su rueda como una lapa para acabar ganándole el Giro del 1975 por 41 miserables segundos.

La séptima etapa estaba cerca de acabar con el sueño rosa de Conti del mismo modo en que había empezado. El recorrido era aún más propicio a las fugas de gente con clase que la del día anterior. Y en la que acababa triunfando se metía uno de los que le acompañó la víspera hasta cerca del final, José Joaquín Rojas. Al murciano de Movistar le había faltado tal vez más perspicacia que fuerza cuando se produjo el que sería ataque decisivo. Y aunque contraatacó poco después ya era tarde y tuvo que conformarse con entrar en el siguiente grupo. Seguro que esa noche, cuando se fue a dormir, le dio mil vueltas a lo ocurrido y se dijo a sí mismo que lo volvería a intentar. Y, en efecto, así fue. De nuevo acompañado por más de una decena de aventureros, eso sí. Y de nuevo acabando por quedarse cerca de los dos objetivos que durante muchos kilómetros estuvieron a su alcance, ganar la etapa y vestirse de rosa. Lo de ponerse de líder lo evitó el trabajo del equipo de Conti, aunque para que realmente lo consiguieran les hizo falta alguna que otra ayuda cuando las fuerzas les empezaban a escasear. Y de pensar siquiera en lograr el triunfo parcial le privó un compatriota, Peyo Bilbao. El de Astana había sido el mejor de los españoles (y el segundo de su equipo, tras ‘Superman’ López) en la crono del primer día. Todo un aviso de que estaba fuerte que confirmaba con un certero y poderoso ataque cuando ya quedaba poco para alcanzar la meta en la empinada cuesta de L’Aquila. Un triunfo de prestigio logrado con esa mezcla de inteligencia y fortaleza que hace falta para ganar en situaciones así.

Superado el susto del viernes, Conti y los suyos tuvieron una jornada más plácida el sábado, cuando los sprinters recuperaron el protagonismo perdido los dos días anteriores. El cuarto duelo entre los más veloces del pelotón se decantó a favor de uno de sus más atípicos representantes, el pequeño Caleb Ewan, un ciclista que suple su falta de estatura a base de potencia y valor. Dos cualidades que usó para batir en la ‘volata’ de Pesaro a Elia Viviani, aún con el cero en su casillero de victorias, y al ya doble ganador Pascal Ackerman.

Y si el Giro había empezado con una contrarreloj de final en cuesta, su primera semana se cerró con otra etapa del mismo estilo pero superior longitud. La crono del domingo, con final en el alto de los Titanes, en San Marino, tras algo más de treinta kilómetros de recorrido casi siempre ascendente, con mención especial en cuanto a desnivel para la última docena, se presentaba como un test aún más relevante que la corta pero ya significativa, en cuanto diferencias, etapa de Bolonia. Además, esta vez la lluvia para la parte final de la competición que se había esperado el primer día pero no acabó por llegar si que acudió puntual a la cita. Y con el orden de salida definido ya por las posiciones en la general después de nueve etapas, no había opción a las tácticas y a tratar de proteger a los líderes de la llegada del agua. Los peor clasificados corrieron sobre seco, lo que aprovechó el reciente nuevo recordman de la hora, Victor Campenaerts, para marcar un crono que ya era difícil de emular con el asfalto en perfectas condiciones y que, por tanto, parecía fuera del alcance de todos los que salieron a disputar la etapa después de que empezara a llover. Pero entonces salió el ganador del primer día, Primoz Roglic, y ni siquiera el piso resbaladizo fue obstáculo para evitar que repitiera su demostración de fuerza de apenas una semana antes. Por once segundos, probablemente menos de los que Campenaerts había perdido en el cambio de bici al que se vio obligado a causa de un problema mecánico, el esloveno se llevó su segunda victoria del Giro y, lo que es más importante de cara a la general, volvió a superar con enorme claridad al resto de aspirantes a la gloria final en Verona.

Gente como Jungels, Kangert, Nibali o Mollema se quedaron en torno al minuto de la marca lograda por Roglic. Pello Bilbao volvió a ser el mejor español, esta vez a casi uno y tres cuartos y Carapaz lideró a los Movistar a cerca de dos, un par de indicios para deducir que, de nuevo, Landa estuvo lejos de donde, se supone, debía estar. Esta vez le cayeron más de tres minutos que elevan su déficit en la general a más de cinco y diluyen otro poco la tinta con la que su nombre estaba escrito en la lista de favoritos. Una lista en la que el de Roglic aparece cada vez más nítido, en negrita diríamos dado lo mucho que destaca ahora mismo sobre el resto.

Superada la primera semana de competición, el esloveno es la principal certeza de este Giro que se ha tomado un descanso el lunes con Conti soñando en rosa tras salvar el liderato por algo menos de dos minutos ante el arrollador empuje de Roglic, que ya está otra vez por delante de todos los demás en la general. Veremos lo que tarda en recuperar la preciada maglia de líder, no parece que vaya a tener que espera mucho.

Imágenes de la primera etapa del Giro de Italia 2019