Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

UNA VICTORIA IMPOSIBLE

Gran Premio de España del 1981: el increíble triunfo de Gilles Villeneuve en el Jarama

Cada 8 de mayo recordamos el del 1982 como si no hubieran pasado ya casi cuarenta años de aquella fatídica fecha en la que Gilles Villeneuve se fue para siempre. Tanto tiempo después, su recuerdo sigue vivo entre los aficionados a la Fórmula 1 gracias a actuaciones tan memorables como la que rememora este texto, incluido en el capítulo titulado 'El pequeño canadiense' que le dedico en mi libro 'Más allá de la línea roja - Historias de Automovilismo'. Se trata del relato de su última victoria en un Gran Premio de Fórmula 1. Fue en el de España del año 1981, celebrado en el circuito del Jarama, carrera en a la que asistí en directo desde la pelousse de Bugatti.

La del Jarama era la séptima prueba de aquel año. En las cinco primeras las victorias se habían repartido entre los Williams, con dos para Reutemann y una para Jones, y los Brabham, con dos conseguidas por Piquet. En la sexta, el legendario Gran Premio de Mónaco, había ganado Ferrari… o, más bien, lo había hecho Gilles, porque conseguir vencer con el 126C en los estrechos confines de las calles del principado monegasco era una de esas cosas que sólo estaban al alcance de su inconmensurable talento. Con el otro coche de la scuderia, el prometedor y brillante Pironi sólo se había clasificado decimoséptimo en una parrilla de salida que veía a Villeneuve en la segunda posición, después de rodar dos segundos y medio más rápido que su joven compañero de equipo. A una vuelta, sólo Piquet había ido más deprisa con el ágil Brabham.

Y aunque en carrera era imposible repetir tal hazaña giro tras giro, Gilles se mantenía tercero, por detrás del brasileño y de Alan Jones, que había remontado furiosamente con su Williams después de unos flojos entrenamientos. Enrabietado, el australiano acosaba al líder y este cometía un error que dejaba a Jones en cabeza, con Villeneuve en la segunda plaza a pocas vueltas para acabar. Entonces algo fallaba en el sistema de alimentación de combustible del monoplaza británico, y el vigente campeón del mundo se veía obligado a entrar en boxes, cediendo la primera posición al Ferrari, que cruzaba la meta en cabeza para lograr una victoria impensable en el peor escenario posible para el potente pero difícilmente controlable monoplaza de Maranello. Era sólo la cuarta victoria de Gilles, pero más que una victoria era una proeza difícilmente igualable.

Tres semanas después, el Jarama no ofrecía mejores perspectivas para los monoplazas equipados con motores sobrealimentados. Su brusca entrega de potencia los hacía más adecuados para trazados rápidos, mientras que el virado circuito madrileño era mucho más favorable a los propulsores atmosféricos. Así que no nos extrañaba nada escuchar por los altavoces, al final de la última sesión de clasificación, que la pole position era para uno de ellos, aunque sí resultaba algo inesperado que la lograse Laffite al volante del Talbot-Ligier con motor Matra. A continuación se situaban los dos Williams, con el de Jones por delante del de Reutemann. Villeneuve, a quien habíamos visto durante todo el día pelearse con el Ferrari para tratar de llevarlo más o menos derecho, se tenía que conformar con la séptima plaza. Ni siquiera era el primero de los turbo, precedido en dos posiciones por el Renault de Alain Prost. Sin embargo, recuerdo que aquella noche, en la cena, cuando comentábamos cómo se presentaba la carrera, dije algo así como «¡ojo a Villeneuve si hace una buena salida!».

¡Y vaya si la hizo! Cuando se encendió la luz verde del semáforo, mientras el poleman Laffite se quedaba poco menos que parado y veía, con horror, cómo sus rivales le superaban uno tras otro, Villeneuve partía catapultado hacia delante, y llegaba a final de recta acelerando a fondo, con casi medio coche por la hierba pero frenando más tarde que nadie para situarse tercero. Una maniobra extraordinaria que intuíamos más que veíamos desde nuestra lejana posición en Bugatti, y que se confirmaba cuando poco después llegaban a nuestra zona los dos blancos Williams seguidos por el rojo Ferrari con el número 27.

De todas formas, los FW07B volaban pegados al asfalto, especialmente el de Jones, que atacaba con decisión desde el primer momento y pronto cobraba ventaja. Tras él, Reutemann tenía uno de esos días suyos en los que su atormentado carácter se imponía a su indudable clase al volante y se dejaba sorprender por Villeneuve al inicio del segundo giro. El Ferrari del canadiense ya era segundo. Por delante, Jones rodaba visiblemente más rápido que todos sus perseguidores y abría hueco vuelta a vuelta. En la quinta marca un registro de 1:17.8 en un día en el que nadie bajará casi nunca de 1:18.5. No sólo quiere ganar…, ¡quiere arrasar! En la vuelta doce le vemos corregir una espectacular cruzada entrando en la curva del túnel. Sus rápidos reflejos y potentes brazos han logrado algo inusual en un monoplaza de efecto suelo, que es poco menos que irrecuperable cuando derrapa de forma tan brusca. La siguiente vez que llega a ese mismo sitio, la trasera de su Williams se vuelve a mover más de la cuenta… y en esta ocasión Jones no logra controlarla. El coche blanco se pierde en una nube de polvo mientras gira sobre sí mismo en la escapatoria de puzolana, acompañado por el «¡¡oohhh!!» de asombro que sale de nuestras gargantas. El australiano ha tirado por la borda una carrera que tenía ganada.

El nuevo líder es Villeneuve, pero enseguida es evidente que el Ferrari va perdiendo ritmo y tras él se empiezan a acumular rivales. Reutemann, espoleado por el error de su compañero-rival, parece recuperar la fe y ataca una y otra vez. Pero aunque en ocasiones llega a emparejar su Williams con el Ferrari no logra superarlo. A base de ejecutar auténticas acrobacias con el inestable monoplaza rojo, el pequeño canadiense se mantiene en cabeza. Y ahí sigue, vuelta tras vuelta, aunque la presión va en aumento con la llegada del Talbot-Ligier de Laffite, del McLaren de Watson y hasta del Lotus de De Angelis, que había iniciado la carrera desde la duodécima posición.

En los giros finales, el dúo de cabeza se acaba convirtiendo en un quinteto, con el Ferrari de Gilles siempre por delante, cogiendo algo de aire en la corta recta, aguantando de modo increíble en cada curva pese a que la adherencia de sus Michelin es cada vez más precaria y el 126C se mueve de lado a lado al frenar y al acelerar. Parece imposible que pueda aguantar, en cualquier momento cometerá un error, pensamos todos. Pero no falla y acaba pasando en primera posición bajo la bandera a cuadros, seguido, como su sombra, por Lafitte, Watson, Reutemann y De Angelis, que cruzan la meta pegados a él. En apenas segundo y medio han entrado los cinco primeros de una carrera increíble.

Gilles había hecho, una vez más, lo imposible, manteniendo a raya, a base de explotar las virtudes del Ferrari turbo y de disimular sus defectos, a toda una hambrienta jauría de grandes pilotos que le siguieron de cerca durante casi dos horas sin tener nunca la menor posibilidad de superarle.

Fue un triunfo memorable que quedó grabado en la historia de la Fórmula 1 y que, para un impresionable chaval de provincias, fue una de esas experiencias que sabes te van a marcar de por vida. Si antes de aquella carrera Gilles era uno de mis héroes, desde entonces era, definitivamente, mi Héroe, así, con mayúsculas.

Retransmisión completa por la RAI del Gran Premio de España del 1981