Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

LA VIEJA EUROPA, LA JOVEN EUROPA Y LA NUEVA EUROPA

Comentario sobre los europeos de atletismo del 2018 en Berlín

Una semana de competición, medio centenar de títulos y ciento cincuenta medallas en juego entre los más de mil quinientos atletas en liza, representando a cincuenta y un países. Frías cifras que subrayan por si solas la grandeza y diversidad de los campeonatos de Europa de atletismo. Intentar resumirlos en unas líneas es tarea imposible por mucho que uno haya tomado una innumerable cantidad de notas durante las muchas horas pasadas delante del televisor viendo correr, saltar y lanzar a unos deportistas cuyo sacrificio para conseguir estar en ese ‘otro lado de la pantalla’ hace que cualquier crítica a sus actuaciones sea injusta, especialmente si llega de quien los ha seguido desde la cómoda lejanía del sofá de su casa. Por ello, este texto no puede ser (ni pretende serlo) un análisis exhaustivo de todo lo visto en esos recién terminados siete días de agosto que han concentrado en Berlín a lo mejor del atletismo europeo. Se trata, más bien, de una serie de reflexiones desde un punto de visto muy personal sobre lo que, por diferentes motivos, más me ha llamado la atención de estos campeonatos.

LA VIEJA EUROPA…


Con un escenario como el Estadio Olímpico de Berlín era inevitable remontarse con la imaginación a otros tiempos del atletismo cada vez que aparecía en pantalla alguna imagen en la que se apreciaban detalles de un recinto lleno de historia. Al fin y al cabo, en ese mismo lugar triunfaron (y asombraron) Jesse Owens y Usain Bolt, por nombrar sólo a dos de los atletas más emblemáticos de dos épocas totalmente distintas, separadas por más de siete décadas pero unidas por el mismo afán competitivo del estadounidense y el jamaicano. Eso sí, ni uno ni otro eran europeos como los protagonistas de esta tercera ocasión en que la pista situada al oeste de la capital espiritual de Alemania acogía una gran competición atlética internacional después de los Juegos Olímpicos de 1936, los del cuadruple oro de Owens, y los campeonatos del mundo del 2009, los del record galáctico de Bolt en los 100 metros.


Esta vez era el turno de los atletas de eso que, con cierta condescendencia respecto al resto del mundo, nos empeñamos en llamar el viejo continente. Como si fuese el más antiguo aunque, en realidad, lleve el mismo tiempo en este planeta que los otros... ¡sólo que los habitantes de esta parte del globo no nos habíamos enterado! Cosas de las tradiciones, ya se sabe. Y si hablamos de atletismo y tradición en Europa, Gran Bretaña se lleva la palma. Así que no deja de ser lógico que los británicos hayan sido los grandes triunfadores de esta edición, liderando tanto la clasificación de medallas como la de puntos por finalistas. Que su doble primera posición no se haya basado en las pruebas de fondo, su feudo más clásico, si no, sobre todo, en las de velocidad, gracias al magnífico rendimiento de un buen número de atletas de raza negra y origen caribeño, encabezados por la colosal triple campeona continental Dina Asher-Smith, casi parece un homenaje a esas legendarias figuras de Owens y Bolt, cuyo rastro nos empeñábamos en buscar en cada toma del olímpico de Berlín.

También han brillado a gran altura los alemanes, otra nación que rara vez defrauda en una cita atlética de primer nivel, y menos si se disputa en casa. Los germanos han hecho de nuevo gala de esa solidez tan propia del tenaz carácter que les solemos asociar. Una solidez y una tenacidad que se refleja mejor que en nadie en uno de sus seis campeones, el rocoso Arthur Abele, medallista por fin en una gran competición a sus 32 años de edad. Un triunfo inesperado en una de las pruebas que contaban con un favorito más claro, el francés Kevin Mayer. Pero el galo cometió el imperdonable error en una prueba combinada de hacer tres nulos en uno de los concursos, el de salto de longitud, y su fallo dejó abierta de par en par la puerta para el que sería primer oro del equipo anfitrión.

Por delante de los alemanes en el medallero, y justo tras ellos, en la tercera plaza, en la tabla de puntos, terminó otro país de larga tradición atlética, Polonia. Los polacos dieron otra demostración de su extraordinaria capacidad competitiva, logrando siete títulos y una docena de medallas. De sus siete oros me quedo con los conseguidos por tres atletas de características físicas muy diferentes, una fornida lanzadora, un fibroso mediofondista de revuelto cabello moreno, con aspecto de pillo, y una esbelta velocista de intrincada trenza rubia y rasgos delicados. En el lanzamiento de martillo femenino la fabulosa Anita Wlodarczyk añadió, con su habitual y desarmante facilidad, un éxito más a su enorme lista de triunfos. En el 800 masculino, Adam Kszczot volvió a demostrar que es aún más difícil ganarle en las dos vueltas a la pista que pronunciar correctamente su apellido para quien no sepa polaco. Da igual que la carrera sea lenta o rápida, al final su figura emerge nadie sabe muy bien como y por donde para cruzar la línea de meta en primera posición. Y, por encima incluso de los dos anteriores, por la dificultad añadida que tuvo su doblete, me impresionó su compatriota Justyna Swiety-Ersetic, ganadora en la misma tarde del oro en el 400 y en el relevo largo. Además, en el 4x400, la polaca cerró la actuación de su equipo con una posta plena de inteligencia, regulando en la primera parte para acabar usando en los metros finales los últimos gramos de fuerza que le quedaban después de su triunfo en la carrera individual. Gracias a ello consiguió rebasar a la relevista francesa y volver a cruzar la meta en primera posición, apenas hora y pico después de haberlo hecho en la prueba individual. Toda una hazaña que puso el broche de oro a la actuación de la escuadra polaca y me pareció el perfecto homenaje a la recientemente desaparecida Irene Szewinska, auténtico icono del atletismo polaco cuyo último oro olímpico fue en un 400 (Montreal 76) y su última medalla internacional en un 4x400 (bronce en el europeo de Praga del 78).

…LA JOVEN EUROPA…


Por mucho que para cada ganador su victoria sea la más importante y que, objetivamente hablando, todos los títulos en juego en un certamen de este tipo tengan la misma entidad, es inevitable que cada campeonato se acabe identificando en la memoria por los triunfos de un reducido grupo de atletas. En el caso de los europeos de Berlín no creo ser demasiado original si digo que los recordaré, dentro unos años, como los de los primeros éxitos de dos jóvenes representantes de países escandinavos llamados a convertirse en estrellas de rango mundial: el noruego Jakob Ingebritsen y el sueco Armand Duplantis. Dos auténticos prodigios que ya venían apuntando mucho más que buenas maneras y que han explotado de un modo apoteósico en Berlín.


Lo del joven de los hermanos Ingebritsen es de esos logros que quedan apuntados para siempre en el listado de grandes hazañas de los libros de historia del atletismo. Ser campeón de Europa absoluto sin haber cumplido los 18 años ya sería suficiente motivo para ello, al fin y al cabo nunca antes lo había conseguido nadie. Si, además, ese triunfo se alcanza en una prueba tan clásica como el 1500 ya hay un motivo más para considerar su victoria digna de entrar en el reducido listado de éxitos memorables y empezar a unir su nombre al de otra leyenda del mediofondo que despuntó a temprana edad, el portentoso Jim Ryun. Pero es que, por si fuera poco, dos días después de ganar la carrera de la ‘milla métrica’ el joven noruego se impuso de modo aún más insolente en la prueba de los 5 kilómetros. Y digo ‘aún más insolente’, porque si en el 1500 dio la sensación de imponerse casi sin querer, ya que tal parecía que se estaba limitando a marcar el ritmo para que rematasen sus dos hermanos mayores, hasta que estos cedieron y nadie de los demás pudo rebasarle, en el 5000 su dominio fue descarado, marcando un ritmo imposible que destrozó la prueba y las esperanzas de sus competidores. Un doblete histórico que nadie había sido capaz de lograr hasta ahora y que, definitivamente, confirma al joven prodigio noruego como la nueva estrella del mediofondo europeo y, africanos mediante, quien sabe si mundial.

Pero si asombrosa fue la doble demostración de Jakob Ingebritsen en las carreras de medio fondo y fondo, no menos fabulosa resultó la de Armand Mondo Duplantis en el salto con pértiga. En su caso, además, acompañando el triunfo con marcas extraordinarias. El joven sueco de origen estadounidense ya nos había llamado la atención el año pasado en el mundial de Londres. Su aspecto casi infantil no cuadraba con su capacidad para manejar la pértiga con la soltura propia de un veterano y una fuerza que su menudo cuerpo no parecía ser capaz de producir. Entonces ya se había metido entre los mejores después de superar 5.70 en la calificación, altura que no llegaba a rebasar en la final. Una buena prestación, en todo caso, para un chaval de apenas 18 años. Nada si lo comparamos con lo que ha logrado doce meses después en Berlín, protagonizando un concurso prácticamente impecable. Un solo nulo, sobre el 5.80 (donde el referente de la pértiga mundial, Renaud Lavillenie, derribó dos veces el listón) y saltos de una precisión milimétrica y una limpieza absoluta sobre las cinco alturas siguientes, llevaron a Duplantis por encima de los seis metros y cinco centimetros y hasta la medalla de oro. Todo ello ante la alucinada mirada del francés, convertido en su admirador número uno y tan absorto ante sus saltos como lo estaban todos sus demás rivales, los espectadores en el estadio o los que brincábamos en el sofá de casa, incrédulos ante la exhibición de ese atleta con pinta de crío y capacidad poco menos que sobrenatural para manejar la pértiga y sortear el listón con una solvencia pocas veces vista, y menos a su edad. En este caso si que no hay duda, Duplantis no va a ser ‘sólo’ la nueva estrella de la pértiga europea. El mundo de los que llegan más alto que ningún otro atleta va a ser suyo, verlo volar por encima de las legendarias marcas de Bubka y Lavillenie será sólo cuestión de tiempo.

…Y LA NUEVA EUROPA


Evidentemente, Jakob Ingebritsen y Armand Duplantis son la punta de lanza de una nueva generación de atletas europeos que ha dado un decidido paso al frente en Berlín. Pero ellos representan sólo una parte de la nueva Europa que viene. Una Europa diferente, fruto de los cambios sociales y económicos que, en lo que al atletismo se refiere, reflejan a la perfección otros jóvenes valores vistos en la pista alemana. Por ejemplo los fondistas italianos Crippa y Rachik, bronce respectivamente en los 10000 metros y la maratón. Dos jóvenes nacidos en el norte de África (el primero en Etiopía, el segundo en Marruecos) pero criados deportivamente en Italia. Nada que ver con esas ‘nacionalizaciones express’ que han convertido en ‘europeos’ a un buen número de corredores africanos, desvirtuando en cierto modo la competición continental. El caso de los dos ‘azzurri’, como el de muchos jóvenes de su generación, llegados a Europa cuando aún eran unos niños, es diferente y será cada vez más habitual. Es una nueva Europa, con más mezcla de razas y culturas, que se deja ver también en el atletismo, mostrando el lado amable de una realidad compleja y no siempre comprendida ni comprensible. En ese sentido, la fuerza integradora del deporte debería ser un factor positivo si se utiliza de forma adecuada. En manos de los políticos está que así sea. Y, en todo caso, lo que es evidente es que habrá que empezar cuanto antes a ver como perfectamente normal la presencia en campeonatos de Europa de atletas con origen en otros continentes pero, al fin y a la postre, tan europeos como el que más.

TODAVÍA NO


Pocos deportes hay más individuales que el atletismo. Pero, será por tradición o porque las competiciones en las que cada deportista viste los colores de su país nos llevan a identificarlos más por su nacionalidad, es inevitable fijarse especialmente en los del tuyo aunque por regla general tengas tendencia a admirar más a los deportistas por sus logros o su carácter que por su lugar de nacimiento. Así que mentiría si dijera que no seguí con especial atención la actuación de los competidores vestidos de rojo y gualda (con toques de naranja... ¡cosas del diseño moderno!). Y como suele ser habitual en un campeonato tan largo, con tantas pruebas y participación tan numerosa, entre los casi cien representantes del combinado español hubo de todo. Grandes triunfadores, como los chicos y chicas de la marcha, el más que valiente Fernando Carro (plata en el 3000 obstáculos mientras se obstinaba en batir al imbatible Mekhissi), la maravillosamente inconformista Ana Peleteiro (insatisfecha con un bronce) y el resto de medallistas. Gente que cumplió sus objetivos, como los que estuvieron en sus marcas personales... porque al que da todo lo que tiene no se le puede pedir más. Y, también, inevitablemente, grandes decepciones, entre las que no hay más remedio que situar a la cabeza la eliminación en las semifinales del 800 del líder europeo de la distancia este año, Saúl Ordóñez, un atleta todo pundonor, que personalmente me encanta y que, me temo, acabó batido tal vez más por los nervios que por falta de fuerzas.

Pero si he de quedarme con algo en concreto de la actuación de los españoles, mi elección es doble. Por un lado, empezando por el final, ya que su prueba se disputó el último día de competición, está el abrazo al término de la maratón masculina entre Javi Guerra y Jesús España. El primero llegaba con la mirada puesta en una medalla, premio que al final se le escapó por ese muy poco que suponen apenas trece segundos tras más de dos horas de carrera. Esa fue la mínima diferencia que separó su cuarta plaza de la tercera que da derecho al bronce. El segundo afrontaba su última prueba en unos grandes campeonatos y dejaba la escena internacional a lo grande, terminando sexto como culminación de una carrera deportiva en la que ha destacado aún más por su personalidad y forma de hacer las cosas que por sus logros deportivos. Y eso no es precisamente poco cuando hablamos de alguien que puede presumir de haber ganado en una final a todo un Mo Farah, a quien batió al sprint de forma tan magistral como inolvidable en el 5000 del europeo de Goteborg en el 2006. Nada más cruzar la meta de la maratón, los dos se fundieron en un emocionado abrazo que nos permite, por una vez, poder escribir juntas en la misma frase ‘Guerra’ y ‘España’ sin que el texto levante ampollas ni rememore malos momentos. Más bien al contrario, la imagen de ambos, disfrutando de haber hecho lo que todos les pedimos a los atletas (y ellos son los primeros en exigirse), darlo todo hasta el final, será siempre un magnífico recuerdo.

El otro momento con el que me quedo son en realidad dos pero con un protagonista en común: Bruno Hortelano. Son sus dos carreras en busca de una gloria que no hace mucho pensaba perdida para siempre, cuando estuvo cerca de convertirse en la versión española de Prefontaine o Van Damme. Jóvenes atletas, inconformistas y llenos de talento, que nos dejaron demasiado pronto, víctimas de la peor plaga del siglo XX (y d elo que va del XXI), los accidentes de tráfico. El retorno al primer plano del atletismo del fabuloso velocista español, nacido en Australia y criado deportivamente en Estados Unidos, era mucho más que la vuelta a las carreras del vigente campeón europeo de los 200 metros. Se trataba de su definitiva vuelta a la vida. Porque su vida son, sobre todo y por encima de todo, esos escasos segundos que vive a tope entre los dos estruendos que marcan las pruebas de velocidad, el de la pistola que indica el momento de la salida y el de la ovación que sigue al instante de cruzar la meta. Por eso lo de menos en su caso era el resultado, por mucho que buscara las victorias y pueda acabar sabiendo a poco su balance final, compuesto por un bronce y un cuarto puesto.


Un balance que se debe, en cierta medida, al modo de ser que le ha llevado a dónde está y le llevará todavía más lejos. Porque Bruno no es de los que se conforman ni de los que se ponen límites. Por eso en la final de 200 salió como un disparo en pos de ese Guliyev al que seguro que ‘echó carreras’ con la mente el año pasado, viendo como espectador la final del mundial en la que el turco de origen armenio logró una victoria con la que él soñaba. Un sueño que persiguió en Berlín durante una vertiginosa curva y que se le fue escapando, primero centímetro a centímetro, luego cada vez más, en una recta que se convirtió en interminable. Tanto como para que se le escapase no sólo el oro si no también la plata y el bronce, ambas por la mínima diferencia posible, una maldita centésima de segundo que buscó desesperadamente tirándose sobre la línea de meta para acabar cuarto pese a correr casi más deprisa que nunca. A esa misma centésima de su record en la distancia, cuatro décimas más rápido que cuando se proclamó campeón dos años antes en Amsterdam. ¡Así de cara estuvo la final del 200 en Berlín!

Dos días después, el atleta que viste un guante negro, como legado del accidente contra cuyas consecuencias se ha revelado con la misma determinación y rabia que otros velocistas, igualmente enguantados, lo hicieron en México 68 ante las injusticias, volvía a la pista dispuesto de nuevo a cumplir un sueño. En este caso no era además sólo suyo, era el de todo un equipo, con cinco compañeros más que llevaron hasta el extremo el significado de la prueba de relevos. Porque dos de ellos, Darwin Echeverry y Mark Ujakpor, hicieron su parte en semifinales, dejando el testigo en la final a Husillos y Hortelano para acompañar a Lucas Búa y Samuel García en busca de una medalla que todos llevaban esperando desde su actuación un año antes, en el mundial de Londres, entonces sin Bruno en el equipo. Una medalla que acabaron consiguiendo tras una carrera fantástica. Una medalla que fue de bronce pero pareció de oro hasta otra recta final interminable. A ella llegó en cabeza Hortelano, que recibió el último relevo en primera posición y arrancó decidido a cruzar la meta por delante de todos. Su doscientos inicial fue apoteósico, poco menos que doblando la ventaja, tal era su afán por completar la tarea de sus compañeros y lograr la victoria. Pero el corazón pudo más que la cabeza, sus piernas empezaron a flaquear en la última curva y el dolor se adueño de todo su cuerpo en la recta final haciendo que no pudiese evitar verse superado por el belga y el británico antes de cruzar en tercera posición y desplomarse exhausto y seguro que decepcionado por haberles ‘fallado’ a sus compañeros. Un ‘fallo’ que no se debería considerar como tal habida cuenta del resultado, un bronce que habríamos firmado no hace mucho.


Un bronce que puede saber a poco pero promete más. En cierto sentido, la misma sensación que me ha dejado la actuación conjunta del equipo español en Berlín. Al igual que ocurre con Bruno Hortelano, muchos de sus compañeros de esta nueva generación todavía no han alcanzando los exitos soñados... pero si no desafallecen en el empeño estoy convencido de que, más pronto que tarde, los van a conseguir.