¿LA FÓRMULA 1 ES ABURRIDA?

Desde que a finales de los setenta era el bicho raro que prefería ver ‘coches dando vueltas en círculos’ que casi cualquier otra cosa vengo escuchando lo mismo: ¡vaya aburrida que es la fórmula 1! Y si, a veces lo es, como bien se encargaron de recordarnos los soporíferos grandes premios de Canadá y Austria, dos carreras celebradas en dos pistas teóricamente propicias a la diversión y el espectáculo que, sin embargo, depararon este año dos carreras monótonas en su desarrollo y predecibles en su resultado.

INUSUAL MONOTONÍA EN CANADÁ

En el semiurbano de Montreal, un trazado que habitualmente propicia carreras llenas de incertidumbre, de emoción y de cambios, una pista en la que ‘nació’ la actual concepción de las carreras, basada en neumáticos que se degradan y, con su deterioro, propician el espectáculo, el dominio de los Mercedes fue tan absoluto o más que en la mayoría de las anteriores citas del año. Y la superioridad de Hamilton respecto a su compañero Rosberg fue aun tanto o más evidente, no dejando siquiera el resquicio de una posible pelea entre las dos flechas plateadas. Una pugna que nunca existió y que hubiese sido el único aliciente de una carrera en la que apenas si pasó nada, más allá de las desdichas sufridas por los pilotos de Ferrari que acabaron dejando a la Scuderia fuera del podio: Raikkonen perdió la tercera plaza después de hacer un trompo ‘de novato’ y Vettel ya se había quedado sin opciones a causa de una avería en la Q1 que le condenó al fondo de la parrilla, desde donde remontó con algún que otro contratiempo para concluir a espaldas de su compañero de equipo. Todo ello impidió, además, que se pudiese vislumbrar realmente el potencial de la primera evolución de motor que estrenaban los rojos monoplazas de Maranello, que acabaron viendo como la posición de ‘primero del resto’, tras los inalcanzables Mercedes, era para Valteri Bottas y su Williams, equipado también con uno de esos fabulosos propulsores de la marca germana concebidos en la muy británica localidad de Brixworth.

MÁS DE LO MISMO EN AUSTRIA

Dos semanas después poco cambio en cuanto a diversión, emoción e incertidumbre… o, más bien, en cuanto a la ausencia de todos esos ingredientes tan necesarios para alejar el fantasma del aburrimiento. En el rural entorno de Spielberg, la majestuosidad del escenario no estuvo acompañada de un espectáculo acorde en el tobogán de asfalto que serpentea por las verdes colinas austriacas. De nuevo los Mercedes dominaron con claridad, otra vez apenas hubo duda en cual de sus pilotos iba a ganar tras apenas unos metros de carrera, y también hubo ausencia de Ferraris en el podio, cuyo tercer peldaño del ‘cajón’ fue ocupado de nuevo por un piloto de Williams. Eso si, aunque todo pareciese igual el resultado fue bien distinto. Las tornas se cambiaron en cuanto a que piloto de Mercedes dominó a quien, esta vez con Rosberg superando a Hamilton en la arrancada y no dándole opción alguna después. Los Ferrari se quedaron sin podio a causa de un fallo en un cambio de neumáticos de Vettel y el piloto de Williams que aprovechó la ocasión para acabar tercero fue Felipe Massa. En resumen, algo así como todo cambió para que todo siguiese igual, y nueva munición para los que insisten en tachar la fórmula 1 de aburrida… aunque muchos de ellos la encontrarían divertidísima si el que ganase de forma monótona y repetitiva fuese su piloto o equipo preferido.

AGUA BENDITA SOBRE SILVERSTONE

Y en esas estábamos, a vueltas con lo aburridas que son las carreras, cuando llegó la clásica cita de Silverstone, el circuito donde allá por 1950 arrancó la epopeya de los mundiales de Fórmula 1. Y aunque ya no sea la vertiginosa sucesión de largas rectas y rapidísimas curvas que formaban los caminos de servicio alrededor del césped desde el que los Spitfire y los Hurricane despegaban para enfrentarse a los Messerschmitt, los Junker y los Heinkel durante los terribles días de la Batalla de Inglaterra, el aura de tradición que envuelve cada carrera celebrada en el ‘hogar del deporte del motor británico’ estaba, una vez más, presente. Como lo estaba una afición entusiasta y conocedora… y ese clima cambiante tan propio de la zona que acababa por poner la guinda a una carrera que prometía poco de entrada. Con otra primera fila cien por cien plateada y con Hamilton como claro favorito en casa ante Rosberg, el pronóstico de doblete Mercedes con el inglés por delante del alemán era de los que ‘pagan poco’ en las apuestas. Pero, curiosamente, aunque ese acababa siendo el resultado final, para llegar al mismo se recorría un camino tan emocionante como la sucesión de curvas enlazadas de Maggots-Becketts-Chappel, que sigue siendo santo y seña de una pista aun fascinante pese a los cambios sufridos en sus ya más de sesenta años de historia.

De entrada, los Williams salían catapultados desde la parrilla como auténticos ‘dragsters’ y rebasaban a los sorprendidos pilotos de los Mercedes. Hamilton trataba de reaccionar, se impacientaba tras Massa y, al querer adelantarlo, cometía un error que le hacía perder la segunda plaza ante Bottas. Con los dos Williams por delante de los dos Mercedes, el Gran Premio adquiría una fisonomía muy diferente a la esperada. Por primera vez en lo que va de temporada, a los grandes dominadores les tocaba el papel de perseguir en lugar del habitual de liderar y escaparse poco menos que a su antojo. De todas formas, en Williams no acababan de tener claro que hacer, si dejar luchar entre si a sus dos pilotos, si mandarle a Massa un mensaje de esos de ‘…is faster than you’ en vista de que, efectivamente, Bottas parecía ir algo más rápido (aunque no lo suficiente para superar al brasileño sin la ‘colaboración’ de este) o si jugar con la estrategia haciendo parar antes a uno de sus dos coches mientras dejaban en pista algo más tiempo al otro para ‘taponar’ a los amenazadores Mercedes. Finalmente el ‘muro’ del equipo de Sir Frank optaba por el ‘laisser faire’, lo que se traducía en Massa liderando pero sin escaparse, Bottas intentando ‘adelantarle pero con cuidado’, lo que era garantía de no conseguirlo, y ninguno de los dos parando antes, ya que quien se detenía primero era su principal rival, Hamilton. El británico completaba, además, una de esas vueltas mágicas suyas con las gomas aun no en la temperatura óptima que amplificaba aun más el efecto del famoso ‘undercut’ y le permitía superar, de una tacada, a los dos monoplazas blancos con líneas de Martini. Como, además, Rosberg pasaba sólo a uno de ellos, la fisonomía de la carrera no podía quedar más favorable al ídolo local, sólo en cabeza y con su compañero de equipo ‘bloqueado’ tras el Williams de Massa.

Todo apuntaba a que la diversión se había terminado… pero aun faltaba por llegar lo mejor. El clima británico acudía a la cita y unas gotas de agua (¡auténtica agua bendita para alejar el demonio del aburrimiento!) empezaban a mojar una parte del circuito mientras la otra se mantenía seca. La adherencia con los slicks se complicaba enormemente pero las gomas lisas eran aun más rápidas que las rayadas, como enseguida comprobaba Raikkonen, el primero que se aventuraba a optar por los neumáticos intermedios. Hamilton, que había forzado más sus ruedas en su fuga de los Williams, empezaba a sufrir mientras que Rosberg encontraba pronto el modo de rebasar a Massa, nada a gusto en esas condiciones de pista, y recortaba distancias con su compañero de equipo a pasos agigantados. La lluvia no acababa de llegar del todo, el margen entre los dos primeros se reducía a toda velocidad y el duelo entre los dos pilotos de Mercedes pronto iba a ser rueda con rueda. ¡Y entonces Hamilton entraba en boxes! ¿A dónde va? pensamos muchos, lo pensó incluso Nico, su tenaz perseguidor. Parecía una repetición del error de Mónaco pero esta vez no sólo no era un fallo sino un clamoroso acierto. Justo cuando los mecánicos de Mercedes montaban las intermedias en el monoplaza de Lewis las nubes decidían, por fin, soltar toda su carga.

De golpe todo el circuito estaba mojado y los que aun rodaban con gomas lisas se veían condenados a una eterna vuelta más antes de poder montar los ‘zapatos’ adecuados. La suerte de la victoria estaba echada. Hamilton, imperial bajo la lluvia, se escapaba a un ritmo imposible de seguir para Rosberg, que salvaba al menos la segunda plaza. Después de todo, el anunciado doblete Mercedes acababa produciéndose igualmente, pero no del modo ‘fácil’ tan habitual en la mayoría de ocasiones anteriores. Y mientras los fans británicos hacían ondear miles de ‘Union Jack’ al paso del bicampeón mundial, en un ambiente que recordaba a los momentos álgidos de la ‘Mansell Mania’, la diversión seguía en la lucha por el tercer escalón del podio, que terminaba alcanzando Vettel, sensacional una vez más cuando el piso resbala. El alemán de Ferrari no había tenido respuesta para el ritmo de los Mercedes y de los Williams en seco, pero en cuanto se mojaba el asfalto volvía a demostrar que su fabuloso palmarés no es sólo fruto de haber pilotado un no menos fabuloso Red Bull durante los mejores años de los monoplazas concebidos por el genial Adrian Newey. Su remontaba final sacaba del ‘cajón’ a los grandes protagonistas de la primeras mitad de la carrera, los Williams, que acusaban la necesidad de mayor apoyo aerodinámico cuando la pista se volvía mas deslizante y terminaban cuarto y quinto… y casi pidiendo la hora ante el empuje de otro que bajo la lluvia sacaba a relucir todo su talento, Danii Kviat, rapidísimo con su Red Bull en los frenéticos compases finales de una prueba en la que, definitivamente, nadie se había aburrido.

LOCURA EN HUNGARORING

En todo caso, los que siempre tienen motivo para quejarse podían argumentar que la diversión en Silverstone había sido coyuntural, había llegado gracias a la lluvia y, además, al final habían acabado ganando los mismos… así que, después de todo, esto de la fórmula 1 sigue siendo un aburrimiento y nunca hay sorpresas. Pero todos esos argumentos se iban a hacer añicos en una calurosa tarde en las afueras de Budapest. El Hungaroring no es precisamente el más excitante de los circuitos. Se trata de una pista estrecha, tortuosa, lenta, en la que adelantar es poco menos que imposible incluso con la ayuda del artificioso DRS. No se trata, por tanto, del escenario más propicio para carreras memorables, aunque haya sido escenario de algunas como aquella inolvidable del 2007 cuando Alonso hizo volar sobre mojado su Renault calzado con las eficacísimas gomas de agua de Michelin, superando coches a derecha e izquierda hasta ponerse en cabeza… para acabar luego perdiendo la carrera por una tuerca mal fijada en el último cambio de neumáticos. Pero entonces había llovido y el asturiano, uno de los favoritos, salía desde muy atrás en la parrilla. Ahora, en cambio, el día era seco y soleado y la primera fila de la formación de salida la ocupaban los dos grandes dominadores de la Fórmula 1 del 2015, los Mercedes de Hamilton y Rosberg. Además, el británico había ‘masacrado’ a su compañero alemán en la Q3, endosándole más de medio segundo en su mejor vuelta, una auténtica barbaridad a igualdad de coche y en una pista de poco más de minuto veinte por giro.

Todo apuntaba a ‘paseo’ de Hamilton, escoltado por Rosberg y con Vettel completando otra vez el podio con los tres nombres más habituales en los puestos uno, dos y tres en lo que va de año. Pero entonces llegaba el momento en que se apagaban las luces de salida y desde la segunda y la tercera fila de la parrilla aparecían, como catapultados, dos manchas rojas que se movían a mucha mayor velocidad que el resto de colores del arco iris de la F1. Los Ferrari de Vettel y Raikkonen superaban a los Mercedes de Hamilton y Rosberg, el inglés, tal vez sorprendido por la marea roja que le envolvía, cedía también el alemán, y la fisonomía del Gran Premio magiar cambiaba por completo. Por si fuese poco, Lewis volvía a ser víctima de su agresiva impaciencia, esa que le permite, a veces, conseguir lo imposible pero que, en otras ocasiones, le lleva a cometer errores de bulto. Sin siquiera esperar al primer paso por meta, el británico intentaba rebasar a su compañero de equipo en la lenta y estrecha chicane, se pasaba de frenada, su monoplaza saltaba por la tierra y cuando retornaba al asfalto ya no era cuarto sino décimo. Lo que venía a continuación era ‘puro Hamilton’, en lo mejor y en lo peor. Con un ritmo endiablado y su habitual decisión para adelantar, Lewis se quitaba pronto de delante a Massa, Pérez y Hulkenberg, superaba a Bottas y Kvyat en el cambio de neumáticos, rebasaba a Ricciardo y volvía a ser una amenaza para Rosberg quien, lleno de dudas, aun seguía tercero, incapaz de hacer nada para rebasar a los dos Ferrari, impasibles en cabeza.

Entonces llegaba el golpe de teatro que desencadenaría la increíble locura del tercio final de carrera. El alerón delantero del Force India de Hulkenberg se desprendía en plena recta, el alemán se convertía en pasajero de un monoplaza imposible de parar hasta que la puzolana y las barreras de neumáticos lo detenían, por fortuna sin daños para su piloto, y la intervención del coche de seguridad resultaba inevitable. Todos los de delante aprovechaban para cambiar gomas, los Ferrari y Hamilton no tenían más remedio que montar las duras, Rosberg, que ya las había usado y podía, por tanto, optar por la que parecía mejor opción, las blandas, no se atrevía a apostar diferente, Ricciardo, quinto con el RedBull, si lo hacía, y cuando la carrera se reanudaba, con el pelotón reagrupado y las diferencias reducidas al mínimo, se desencadenaba la batalla. La primera víctima era Raikkonen, cuyo Ferrari iba ya herido desde hacía unas vueltas, con problemas en la parte eléctrica de su unidad de potencia que le dejaban indefenso ante sus perseguidores y le acababan obligando a retirarse. Y la siguiente era Hamilton, que rompía su alerón delantero cuando trataba de contener el empuje de Ricciardo, dispuesto a aprovechar al máximo la ventaja que le daba la mayor adherencia de sus neumáticos blandos. El británico, aun volvería a la carga, pese a tener que pasar dos veces por boxes, una para cambiar la pieza dañada, otra para ‘pagar’ la sanción por su toque con el Red Bull, pero sus opciones de pelear por los puestos de podio se habían esfumado y, con Rosberg en la pelea por las posiciones de cabeza, su liderato en el mundial corría peligro.

Sin embargo, Nico no aprovechaba la ocasión. De hecho, ya había empezado a desaprovecharla con su ‘riesgo cero’ a la hora de elegir las gomas en el último paso por boxes. Un error que le impedía ser amenaza alguna para Vettel, perfecto en su control del ritmo de la carrera desde la primera plaza. Un error que, además, acababa por dejarle a merced de un desencadenado Ricciardo. El ganador en Hungría el año pasado estaba dispuesto a repetir la hazaña de vencer a base de remontar y de superar a todos en los giros finales. Pero su ataque sobre Rosberg a final de recta era demasiado optimista para las actuales prestaciones de su Red Bull comparadas con las de un Mercedes. El monoplaza azul seguía recto, envuelto en una nube de humo de sus neumáticos, el plateado trataba de girar como si nada hubiese pasado y el resultado era un alerón roto para el australiano y una rueda trasera pinchada para el alemán. Lo de Ricciardo tenía mejor solución y le costaba apenas una plaza ante su compañero de equipo Kvvyat, que sin saber bien como ni porqué se encontraba con una increíble segunda plaza, lo de Rosberg era un desastre que le mandaba por detrás de Hamilton (y de algunos más) convirtiendo un posible recorte de puntos ante el inglés en otra pérdida de unos cuantos más al terminar octavo mientras su compañero y rival para el título concluía sexto.

Qué los Mercedes terminasen sexto y octavo una carrera en la que partían desde las dos primeras plazas ya debería ser suficiente para demostrar lo increíble que había sido este Gran Premio de Hungría. Qué lo ganase Vettel con el Ferrari era, además, lo mejor que le podía pasar al interés del campeonato antes de su pausa veraniega. Y qué, además, el podio lo completasen dos Red Bull y la cuarta y quinta plaza terminasen en manos del imberbe Verstappen, en otra demostración del mucho talento que atesora cuando aun no tiene edad para sacar el carnet de conducir, y del siempre tenaz Alonso, extrayendo petróleo con el aun poco fiable y menos competitivo McLaren-Honda, no hacían sino completar el cuadro de una carrera loca, apasionante, impredecible, llena de sorpresas y, desde luego, para nada aburrida.

¡DE ABURRIDA NADA!

Así que, volviendo a la pregunta que abre este texto ¿la Fórmula 1 es aburrida?, la respuesta por mi parte es un claro y rotundo ¡NO! Evidentemente, lo puede ser en ocasiones, como le ocurre a cualquier otro espectáculo deportivo. Porque, las cosas como son, por mucho que te guste el ciclismo, hay etapas del Tour de Francia en las que es inevitable acabar echando una cabezadita en el sofá mientras el pelotón devora kilómetros por las llanuras del valle del Loira. Y por mucho que te apasione la NBA, hay partidos de la ‘regular season’ que resultan infumables por lo intrascendentes y llenos de ‘minutos de la basura’ que acaban resultando. Y no te digo nada si hablamos de futbol, con todos esos ‘cero a cero’ a los que se llega a base de planteamientos rácanos de los entrenadores y miedo a fallar de los jugadores, imbuidos todos en la filosofía del ‘punto es punto’ del recordado Vujadin Boskov. Porque, después de todo, la cuestión es que ni todas las etapas, ni todos los partidos ni todas las carreras pueden ser sensacionales, apasionantes, divertidos de principio a fin… es más, estos últimos suelen ser los menos en todos los casos. Y tal vez incluso esto sea así porque para que existan esos pocos que en cada deporte acaban recordándose como clásicos irrepetibles tiene que acabar habiendo bastantes más de los otros, de los mucho menos interesantes y fácilmente olvidables. Por ello, si de las cuatro últimas carreras de Fórmula 1, dos han sido aburridas y dos divertidas el porcentaje no me parece malo precisamente, casi al contrario. Además, ahora vienen Spa y Monza, donde sólo el escenario ya basta para garantizar diversión, aunque sea nada más por su belleza, por toda su historia o por lo impresionante y fabuloso que sigue siendo ver a los monoplazas de la máxima categoría del automovilismo mundial pasar a toda velocidad por el Raidillon, frenar a fondo al final de Les Combes o el Rettifilo, desafiar el peralte cambiado de Pouhon y trazar con tiralíneas Blanchimont, las dos Lesmos o la Parabolica. Desde luego, si alguien se aburre viendo eso es que, realmente, no le gusta la Fórmula 1.

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