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09|10|2014
 LUCES Y SOMBRAS

Faltaban unas pocas vueltas para que la bandera a cuadros saludase el tercer triunfo consecutivo de Lewis Hamilton y esté artículo estaba poco menos que ya escrito en mi cabeza, con el título ‘Hamilton toma el mando’ como punto de partida desde el que desarrollar unas líneas sobre el claro dominio ejercido por el británico en las tres pruebas disputadas desde nuestro anterior comentario sobre el mundial de fórmula 1 del 2014, los grandes premios de Italia, Singapur y Japón. Tres triunfos que le han devuelto el liderato y le proyectan hacia un título mundial que merece más que nadie con demostraciones de pilotaje como la que protagonizó en el lluvioso gran premio japonés.

Pero, desgraciadamente, esa bandera a cuadros no llegó a ondear nunca bajo el chaparrón que empapaba cada vez más el asfalto de Suzuka. Cuando la lluvia arreciaba, Adrian Sutil perdía el control de su Force India, calzado con gomas intermedias ya bastante gastadas, y se salía en la rápida izquierda que sigue a las vertiginosas eses de la parte inicial del circuito. Una salida de pista como tantas, sin más consecuencia para el piloto alemán que abandonar la carrera. Como se suele hacer siempre en estos casos, la zona quedaba señalizada con dobles banderas amarillas agitadas mientras los comisarios de pista se aprestaban a retirar el monoplaza, que había quedado cerca del borde exterior de la escapatoria. Para sacarlo de allí hacían uso de uno de esos tractores grúa que tantas veces hemos visto intervenir en las carreras y, en apenas dos o tres minutos, ya estaba el coche izado y se procedía a sacarlo para situarlo tras las protecciones de neumáticos. La carrera seguía cuando, de pronto, algo ocurría que obligaba a sacar el cartel de ‘SC’, ese que indica la presencia del coche de seguridad en la pista. En un primer instante, con las cámaras de televisión volviendo a la curva donde se había salido Sutil para mostrar de lejos su coche y el tractor, imaginábamos que algún inconveniente había sucedido en la maniobra (¿se habría atascado la grúa?), y hasta nos lamentábamos por la siempre poco bienvenida irrupción del ‘safety car’, que iba a neutralizar el sprint final de la carrera justo cuando la mayor intensidad de la lluvia podía provocar algún que otro interesante cambio.

Sin embargo, las causas de la aparición del Mercedes con el que Bert Maylander había ‘liderado’ las vueltas iniciales del gran premio, cuando dirección de carrera consideró que el estado del asfalto era demasiado peligroso para dar la clásica salida desde parado debido a la cantidad de agua que había sobre la pista, eran esta vez mucho más graves. En esos pocos instantes en los que el tractor-grúa había irrumpido en la escapatoria había sucedido lo que nunca debió pasar, una concatenación de circunstancias de esas que es muy difícil que se den de forma simultánea y que, al producirse, acababan teniendo funestas consecuencias para Jules Bianchi, cuya vida sigue pendiendo de un hilo cuando escribo estas líneas, cuatro días después. Ahora, a toro pasado, es fácil decir eso que han dicho muchos estos días de ‘había que haber usado el coche de seguridad en cuanto se salió Sutil’… muchos de ellos, me temo, los mismos que despotricaban contra su uso en los interminables giros iniciales de carrera, neutralizada mientras la pista se iba encontrando en mejores condiciones. Y si, evidentemente, de haber salido el ‘safety car’ entonces es más que probable que el Marussia de Bianchi no hubiese acabado impactando contra la grúa. Como, muy probablemente, tampoco hubiese ocurrido lo que ocurrió de no haber cometido el joven piloto francés un error similar al que había llevado al exterior de esa misma curva a Sutil (agravado en su caso por el hecho de haber banderas amarillas en la zona). Todo ello, con las terribles consecuencias que, a falta de saber como denominarlo mejor, dictó la fatalidad o el destino de encontrar en su trayectoria fuera de la pista al vehículo de rescate, impactando contra él del peor modo posible, de frente y pasándole por debajo, justo el tipo de impacto en el que un piloto de fórmula 1 es más vulnerable por las propias características del vehículo.

Que, con un golpe de ese violencia y esa dinámica, Jules siga aun con vida o no la perdiesen ninguno de los comisarios que trabajaban en la zona del incidente es ya de por si un milagro… que ojalá tenga su continuidad con la recuperación del joven y prometedor piloto francés. Que lo sucedido suponga cambios en la normativa y los procedimientos de seguridad futuros es muy probable, bien sea retomando el proyecto de cubrir los cockpits de algún modo (como ya se contempló cuando Massa fue golpeado por aquel muelle que se desprendió del Brawn de Barrichello hace unos años) o haciendo aun más estrictos los protocolos de uso del ‘saferty car’ (para que intervenga de inmediato en cada ocasión que requiera la presencia de un vehículo auxiliar al borde de pista) o del comportamientos de los pilotos bajo banderas amarillas (quien sabe si limitando de forma ajena a ellos su velocidad al transitar por las zonas ‘neutralizadas’).

Pero, sea como fuere, y por muy deseable que sean todas las medidas que lleven a mejorar la seguridad, una cosa ha de estar clara para todos los que se empeñan en buscar culpables a posteriori: el riesgo siempre va a existir en la Fórmula 1, forma parte de su ADN y es imposible erradicarlo por completo, por mucho que en esta sociedad en que vivimos, haya quien se empeñe en creer en utopías de ‘seguridad absoluta’ y ‘peligro cero’. De hecho, si hablamos de fórmula 1, que es de lo que se trata, que hayan pasado ya más de veinte años desde aquel fin de semana negro de Imola 94 sin tener que lamentar la pérdida de ningún otro piloto en un gran premio no deja de ser tanto la demostración de los enormes progresos realizados en materia de seguridad en todos estos años como, también, por fuerte que suene, una extraordinaria racha de fortuna que no puede durar eternamente. Aunque sólo sea por mera estadística, no siempre todo va a salir bien por mucho que nos hayamos acostumbrado a ello en estas dos últimas décadas. Que accidentes como el tremendo golpe del BMW de Kubica en Canadá, como la embestida del Force India de Fisichella contra el Mercedes de Schumacher en Abu Dhabi, como la ‘carambola’ del Lotus de Grosjean contra el Ferrari de Alonso en Spa o como el vuelo del Red Bull de Webber en Valencia, por no citar que algunos de los más llamativos de las últimos cinco o seis temporadas, no deparasen más que sustos y daños materiales es algo que, tarde o temprano, tenía que dejar de pasar. Porque, al final, nos guste o no, el riesgo está ahí, el peligro espera, agazapado, su oportunidad, y no siempre se puede escapar de ese destino (o como cada uno quiera llamarlo) que parece aguardar donde menos te lo esperas. Y eso, por mucho que haya a quien le resulte hasta terapéutico buscar culpables a todo accidente o situación desagradable de la vida diaria, es, en ocasiones, pura y simplemente inevitable. Un pensamiento que tal vez sea difícil de asumir, un pensamiento sombrío, desde luego… sin duda, poco compatible con la imagen de luminoso glamour que, para muchos, es la única que tiene la fórmula 1 y que, por eso mismo, hace que les resulte tan difícil admitir y/o sobrellevar situaciones como las del pasado domingo. Pero la realidad es que luces y sombras van íntimamente unidas, no podemos tener unas sin las otras. En Suzuka, el pasado domingo, fue el momento de estas últimas. Es duro de aceptar pero hay que hacerlo. Ahora sólo nos queda desear que Bianchi salga de esta y que, además de que se lleven a cabo todas las mejoras y cambios posibles para tratar de evitar que lo ocurrido se repita, volvamos a tener otra racha de fortuna, tan o más larga que la que llevábamos viviendo desde Imola 94, con las luces de la fórmula 1 brillando con toda su intensidad y dejando el menor espacio posible a sus siempre amenazadoras sombras.

Texto: Daniel Ceán-Bermúdez, Fotos: Departamentos de prensa equipos F1