inicio archivo reportajes archivo comentarios contacto
Javier Del Arco tal y como aparece en la solapa de su extraordinario libro sobre Montjuich, la foto está tomada en el circuito de Brands Hatch durante el gran premio de Gran Bretaña de 1974

14|01|2013 ¡GRACIAS Y HASTA SIEMPRE MAESTRO!

Dijo una vez el recientemente desaparecido Andrés Meneses que el periodismo es “ir, ver, anotar, grabar, volver y contarlo. Punto”. Visto así habrá quien piense que es una tarea sencilla y al alcance de cualquiera pero, en realidad, se trata de algo mucho más difícil de llevar a cabo de lo que a simple vista parece… como, por desgracia, se aprecia más cada día en estos tiempos de la información inmediata y las redes sociales, en los que impera, sobre todo, el cómodo ‘copia-pega’, que tan fácil resulta y tan útil es para lo único que parece importar: ser el primero en contar lo que sea… como sea, y aunque sea de oídas.

Viene esto a cuento porque hoy, 14 de enero de 2013, nos ha dejado uno de esos pocos periodistas que hicieron de la ‘fórmula Meneses’ un auténtico arte: Don Javier del Arco, el MAESTRO (así ¡con mayúsculas!) para todos los amantes del motor en España. En sus crónicas sobre la Fórmula 1, cuya lectura formó parte importantísima de mi adolescencia, Javier Del Arco hacía precisamente eso que preconiza la, en apariencia, sencilla fórmula del veterano reportero… y lo hacía, además, de un modo tal que te sentías transportado a cientos o miles de kilómetros, logrando que en tu imaginación se reconstruyesen, paso a paso, sus vivencias en cada uno de esos circuitos sobre los que mis ídolos de juventud se jugaban la vida en una fórmula 1 mucho más peligrosa pero también (tal vez quizás, incluso precisamente por ello) infinitamente más fascinante que la actual.

En los años setenta, ser aficionado a la fórmula 1 en España casi se podría equiparar, por su exotismo, a tener pasión por los toros en cualquier remoto país de la más recóndita Africa. Por ello, para Del Arco simplemente el hecho de ‘ir’, el primer verbo de esos seis con los que Meneses definía la tarea del periodista, ya era un obstáculo de importancia. Un obstáculo que salvaba con su inmensa afición y la ayuda de un fiel Seat 1430 con el que recorría las carreteras de Europa siguiendo lo que entonces se denominaba el ‘gran circo’ por sus innegables paralelismos en cuanto a vida nómada con ‘el mayor espectáculo del mundo’, plantando su ‘carpa’ cada dos o tres semanas en un país distinto. De Monza a Nurburgring, de ahí a Osterreichring, Spa o Anderstop, pasando por Monaco, Dijon, Silverstone o Zandvoort, sin olvidar nuestro ya venerable Jarama o ‘su’ Montjuich (porque si una pista se debe asociar a la memoria de Del Arco es, sin duda, la de la ‘Montaña Mágica’), el circo de la Fórmula 1 recorría el viejo continente cada año. Y en cada una de esas citas acababa estando aquel infatigable cronista para poner en práctica los tres siguientes verbos de esa ‘fórmula magistral’ del periodista: ‘ver’, ‘anotar’, ‘grabar’.

Lo de ‘ver’ lo hacía Del Arco, además, en el más estricto sentido de la palabra, con visión directa de la acción, situándose a pie de pista en el glorioso Karrousel, la legendaria Parabolica, el vertiginoso Raidillon, el excitante Beckets, la espectacular horquilla de Hugenholtz, la ‘glamourosa’ curva del Casino o cualquiera de los rincones de su amada pista barcelonesa. La comodidad de las salas de prensa no estaba hecha para él, antes que periodista aficionado… o, mejor diría, apasionado. Tenía que ver a sus ídolos de cerca, separado de ellos por apenas unos centímetros de guardarail tras los que se parapetaba para ‘grabar’ en su retina todo lo que veía (sacando además instantáneas con su inseparable cámara de fotos) y ‘anotar’ cada detalle en su cuaderno, pasando cuanto antes esos apresurados apuntes a máquina con la veterana Olivetti, apoyada a veces sobre el capot del Seat en improvisada ‘oficina’ donde se empezaban a gestar esos relatos que, a miles de kilómetros, otros ‘locos por las carreras’ como él esperábamos con impaciencia cada mes.

Quedaba entonces ‘volver’, que no era sino otra aventura tan o más desafiante que la de ’ir’, de nuevo recorriendo aquellas carreteras con el cada vez más cansado Seat para, finalmente, llegar a casa y completar la tarea con lo que para la mayoría es lo más difícil y él hacía mejor que nadie: ‘contarlo’. Porque leer una crónica de Javier Del Arco era, practicamente, como haber estado allí con él, oyendo el bramar de los Cosworth V8, viendo el brillo del ‘rosso Ferrari’ bajo el sol, oliendo el inconfundible aroma a gasolina, tocando la pegajosa goma de los enormes 'slick' GoodYear, empapándote bajo un diluvio en Spa o achicharrándote en un caluroso día de verano en Paul Ricard. Su forma de ‘contarlo’ era tal que en aquellos tiempos, en los que apenas si se publicaban unas pocas fotos en las revistas (la mayoría en blanco y negro) y, si había suerte, la tele nos hacía llegar, con cuenta gotas, unas breves imágenes de algunos grandes premios, su relato se convertía en la principal referencia… y lo era no sólo porque hubiese pocas fuentes de información sino porque, unido a esas sensaciones que te lograba transmitir como nadie, su escritura era de un rigor extraordinario y una atención al detalle máxima. Desde los cuentavueltas compilados ‘a mano’ durante la carrera hasta los números de chasis que cada piloto había utilizado en cada sesión de entrenos, pasando por las palabras que intercambiaba con los pilotos, nada se escapaba al ansia de saber y transmitir de Javier Del Arco, que compartía con todos nosotros una información a la que, sin él, nunca hubiésemos llegado y en base a la cual aprendimos la mayor parte de lo que ahora sabemos sobre fórmula 1. Una mezcla magistral de sensaciones y datos que está en la base de nuestro amor por las carreras, una pasión que, como a él, tampoco nos vino de familia y, al igual que a él, también nos llevó a poco menos que 'perder el tiempo' estudiando Ingeniería Industrial, curiosos paralelismos que, cuando los conocí, me hicieron sentirlo aun más cercano.

Qué casi cuarenta años después de haberle leído por primera vez en aquella ‘Fórmula’ de mediados del 75 que me pude comprar con mi propina del domingo (con el Ligier de Le Mans en portada, ¡no se me olvidará nunca!), me acuerde de su forma de contar las carreras casi cada vez que me pongo a iniciar una crónica, me ha impulsado a escribir este algo apresurado texto sobre Javier Del Arco en el día en que, finalmente, ha decidido unirse a sus colegas Denis Jenkinson y ‘Jabbi’ Crombac como enviado especial al ‘gran premio del Paraíso’. Es mi muy pequeño y modesto homenaje a alguien al que nunca tuve el placer de conocer en persona y al que, sin embargo, echaré de menos como si hubiese sido uno de mis mejores amigos. Al menos me queda su legado, que seguiré atesorando tanto en mi memoria como en forma de unas ya amarillentas y mil veces releidas y manoseadas copias de ‘Fórmula’, ‘Automóvil’, su tan breve como maravillosa ‘4Tiempos’ y hasta aquella ‘Sólo Auto’ que sólo compraba para leerle de nuevo tras muchos años sin poder alimentar mi imaginación con sus palabras. Por todo ello ¡Gracias y hasta siempre MAESTRO!