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11|09|2012 EL TEMPLO DE LA VELOCIDAD, EL TEMPLO DE LA PASIÓN

Aun con las tres chicanes que interrumpen desde hace ya muchos años su forma original, el vertiginoso trazado de Monza sigue siendo uno de los pocos circuitos que quedan en los que se puede ver a los F1 exprimidos a tope en busca de la máxima velocidad. Observar a los monoplazas superar los 340 km/h sobre un asfalto viejo y bacheado, en una pista que es estrecha para los cánones actuales y a la que rodean, aunque sea conveniente protegidos, los centenarios árboles del parque que le da nombre, es siempre para mi uno de los mejores momentos de la temporada.

Todo en Monza rezuma historia del motor, con ese monumento a los viejos tiempos que es el hace mucho en desuso ‘anillo’ peraltado presidiendo una pista que mantiene intactas algunas de las curvas más legendarias del automovilismo mundial, como la doble de Lesmo o la inimitable ‘Parabolica’. Además, en el ambiente del trazado milanés, con la marea de ‘tifossi’ invadiéndolo todo con su entusiasmo, se hace evidente más que en ninguna otra parte la extraordinaria pasión por las carreras de los italianos. Una pasión que, desde hace mucho tiempo, va unida a un color, el ‘rosso’ nacional que siempre ha distinguido a los coches del país trasalpino, y una marca, la ‘Ferrari’, cuyo símbolo es ese mundialmente conocido ‘cavallino rampante’ que antes de ser el identificativo de la ‘scuderia’ era el distintivo de armas del as de la aviación italiana Francesco Baracca, caído en la primera guerra mundial y amigo personal del ‘commendatore’ Enzo Ferrari.

Para los miles de aficionados que cada año llenan las ‘pelousses’ (‘pratto’ que dicen allí) y las tribunas de Monza, lo único importante es que gane un Ferrari, lo pilote quien lo pilote. Una forma de ver la fórmula 1 que es, probablemente, demasiado ‘partisana’ y hasta un punto ‘futbolera’ para los gustos de los que somos más amantes de las carreras en si mismas, por encima de marcas y nacionalidades, pero que no deja de ser la seña de identidad máxima de una afición que, al mismo tiempo, es entendida y exigente como la que más. Una afición que tiene en Fernando Alonso su nuevo ídolo tras haber sido, no hace tanto, el 'enemigo público número uno' cuando el asturiano era el máximo rival del hombre de rojo por excelencia en lo que va del siglo XXI, el heptacampeón Michael Schumacher. Pero así es, ha sido y así será siempre para los ‘ferraristas’, capaces de alegrarse del abandono a pocas vueltas del final de un italiano ganando en casa (Ricardo Patrese en Imola 83) sólo porque su retirada, al salirse de pista con el británico Brabham, abría la puerta a la victoria de un Ferrari, aunque este estuviese pilotado por un francés (Patrick Tambay). Y es que, al fin y al cabo, la pasión no atiende a razones… es así, inexplicable, ilógica, voluble…y tratar de entenderla es imposible, o se tiene o no se tiene… y en Monza ‘il popolo ferrarista’ la tiene en cantidades industriales.

Una pasión que, el pasado fin de semana, hizo vivir a los 'tifossi' las dos caras de la moneda, pasando de la decepción y el desencanto por la inoportuna y banal avería que alejó al Ferrari de Alonso de la lucha por la pole el sábado, al entusiasmo y el frenesí que cada adelantamiento del monoplaza rojo pilotado por el asturiano producía el domingo en las repletas gradas y colinas del parque de Monza. La remontada de Alonso, con un F2012 que se mostró tremendamente competitivo durante todo el fin de semana, encendió una vez más el ánimo de los ferraristas que tuvieron, además, ocasión también de dar rienda suelta a su alegría ante las desgracias sufridas por los rivales, con los abandonos del McLaren de Button y, sobre todo, del RedBull del nuevo ‘enemigo íntimo’ de las huestes de la ‘scuderia’, Sebastián Vettel, reo además de haber llevado más allá del límite a ‘su piloto’ en una maniobra prácticamente calcada a la que el año pasado el del coche rojo había hecho al del azul sin que entonces las iras de la grada y la FIA (más estricta este año en esos temas) hubiesen caído sobre el que ocupaba casi todo el espacio disponible en el exterior de la aun hoy temible 'curva grande'.

Así que, al final, aunque el Sauber con motor Ferrari (¡traición!) pilotado por Sergio Pérez atravesase como una flecha envenenada la cerrada formación Alonso-Massa (con el brasileño cediendo el paso por primera vez al claramente más rápido jefe de filas, como era esperable y lógico en vista de la situación del campeonato) y aunque el otro ‘gran enemigo’, Lewis Hamilton, se impusiese con autoridad al volante de un McLaren que cada vez se muestra más consistente y amenazador, nada enturbió la clásica celebración final en ese podio que es algo así como un púlpito desde el que los dioses de la velocidad saludan a los devotos fieles que cada año acuden al templo de Monza. El tercer puesto de Alonso, unido a los abandonos de los dos RedBull, permite al piloto número 1 de Ferrari aumentar otra vez su ventaja al frente del campeonato, y eso era lo único importante para unos tifossi en éxtasis ante su nueva deidad, un piloto que se sigue acercando a ese auténtico paraíso que es convertirse en tricampeón y hacerlo, además, al volante de un monoplaza rojo en cuya carrocería despunta orgulloso un caballo encabritado sobre campo amarillo. Qué lo consiga o no dependerá sobre todo de dos factores. De uno, su regularidad y capacidad para sacar el máximo de cada carrera y cada circunstancia de la competición no tengo duda. Del otro, que los McLaren no se conviertan en imbatibles de aquí a final de temporada, ya no estoy tan seguro porque cada vez dan ‘más miedo’… aunque la tarea que espera a Hamilton y compañía para tratar de reducir ese déficit de ‘carrera y media’ que tienen respecto al líder, cuando ya faltan ‘sólo’ siete, no se me antoje de las más fáciles conociendo la consistencia de que es capaz el asturiano de Ferrari. En todo caso, con los Red Bull todavía dispuestos a no decir su última palabra, y con Raikkonen y Lotus todavía en la pelea pese a seguir persiguiendo, todavía sin éxito, esa primera victoria juntos, quedan aun muchas emociones por vivir, independientemente de que tengas la irrefrenable pasión de los tifossi.