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26|06|2012 GP EUROPA, UNA CARRERA LLENA DE SENTIMIENTOS

Si hay una especialidad deportiva en la que los fríos números y la aun más fría tecnología tengan más importancia que en ninguna otra esa es, sin duda, la fórmula 1. Pero, además de las cifras y los datos, del metal y del carbono, de los ordenadores y los túneles de viento, en cada carrera de fórmula 1 también hay espacio para los sentimientos, por mucho que en demasiadas ocasiones queden ocultos tras un velo de comercialidad, de técnica, de táctica o de estrategia. Y si ha habido en los últimos tiempos un gran premio de fórmula 1 que haya hecho aflorar esos sentimientos, poniéndolos incluso en primer plano en muchos casos, ese ha sido el disputado hace unos días en el circuito urbano de Valencia. Una carrera de esas que rompen todos los esquemas y en las que todo acaba siendo posible, una carrera en la que los sentimientos humanos, negativos y positivos, estuvieron más presentes que nunca a lo largo de todo el fin de semana. Repasemos unos cuantos de los que, al menos a nosotros, nos resultaron más significativos desde la distancia que da seguir la competición en casa, a través de internet y la televisión:

    • Vergüenza: la que deberían sentir todos esos periodistas del motor de la prensa nacional que a principio de temporada dedicaron páginas a hablar de María de Villota como tercer piloto del equipo Marussia y a glosar sus opciones de ser la próxima mujer en competir en la fórmula 1 aun sabiendo (o debiendo saber, si no lo sabían es aun más vergonzoso) que la madrileña nunca tuvo la menor opción de subirse a un monoplaza del equipo ‘angloruso’ en competición (veremos, siquiera, si se sube a uno para algo más que hacerse las fotos de rigor). Algo que se demostró, sin lugar a dudas, en el fin de semana de Valencia, con la enfermedad de Timo Glock dejando un asiento libre que nadie se planteó en ningún momento que fuese a ser ocupado por la, en teoría, piloto reserva… simple y llanamente porque carece del palmarés y la capacidad mínimamente exigibles no ya para participar en la fórmula 1 al volante de uno de los dos peores coches de la parrilla sino, siquiera, para hacerlo de forma aceptablemente competitiva en la GP2 o la F3. Algo en lo que no entra, en absoluto, su sexo, que nadie se equivoque, sino que se deduce de una trayectoria deportiva que, en lo que respecta a monoplazas, se limita a ocho participaciones en la fenecida SuperLeague fórmula, en las que su mayor logro en calificación fue conseguir el penúltimo mejor tiempo en una de ellas, marcando el peor crono en todas las demás, casi siempre a notable distancia del rival más cercano en cada caso. Qué, pese a ello, haya sido capaz de conseguir un patrocinador que le permita estar presente en el paddock de la fórmula 1 es un mérito comercial indudable pero no debería servir para que quienes escriben de automovilismo porque se supone que ‘saben de esto’ se rindan a los intereses publicitarios de forma tan burda como lo hicieron hace unos meses en sus diarios, revistas o cabinas de comentarista. Está muy bien eso de tener contento al patrocinador o anunciante de turno, pero la dignidad profesional debería estar por encima de esas cosas y en situaciones así, si careces de la necesaria independencia para poder contar la verdad, lo mejor es pecar por omisión en lugar de acabar firmando ‘publireportajes’ de los que tengas que avergonzarte meses después. Y si alguno hay de ellos que, de verdad, se creyó lo que le contaron, entonces mejor sería que se dedicase a otra cosa porque esto de la fórmula 1 le viene tan grande como al 'tercer piloto' de Marussia o a cualquier otro, del sexo que sea, que se compra un puesto para hacerse la foto sin haber demostrado antes que tiene capacidad y posibilidades de competir en la máxima categoría del automovilismo mundial.

    • Locura: la que se apoderó de Jean Eric Vergne cuando se llevó por delante, de forma absurda a Heikki Kovalainen, propiciando, de paso, la salida del coche de seguridad que le dio la vuelta por completo a la carrera, destrozó todas las estrategias y contribuyó de forma decisiva a que esa misma locura se apoderase de la clasificación, agitándola de tal modo que acabó por ser posible lo que, hasta unos minutos antes, era poco menos que imposible.

    • Rabia: la que tan visíblemente mostró Vettel cuando se bajó de su averiado RedBull, arrojando los guantes en gesto inequívoco del más absoluto y total enfado tras ver como se esfumaba una victoria que era suya desde que el sábado se sacase, todavía no se de donde, una vuelta de calificación absolutamente magistral que le permitió lograr la pole con medio segundo de ventaja cuando, apenas minutos antes, no había ni tres décimas de segundo entre los trece mejores cronos de la Q2. Una pole que el bicampeón alemán acompañó en carrera con un ritmo también ‘rabioso’, pero en el buen sentido, hasta conseguir una diferencia de veinte segundos en veintidós vueltas, borrados de golpe por la locura de Vergne y la salida del safety. Buen motivo este para sentir rabia pero que se quedó en nada ante el fallo del alternador de su motor Renault que le apartó definitivamente de la carrera apenas reiniciada, cuando ya había empezado a pisar a fondo como mejor forma de descargar esa rabia acumulada en las vueltas lentas tras el safety car… una rabia que debió crecer de forma exponencial al sentir como su RedBull se detenía y convertía en un doloroso ‘cero’ lo que iba camino de ser una nueva victoria ‘marca de la casa’, liderando desde la salida y sin dar opción alguna a sus rivales. Ahora sólo nos queda esperar, por el bien del interés del campeonato, que esa rabia no pase a ser patrimonio de sus rivales si, como el ritmo del alemán y su compañero Webber dejó entrever en Valencia, los monoplazas de Adrian Newey vuelven a ser esas máquinas poco menos que imbatibles de las dos últimas temporadas. Al menos a mi, como espectador, me daría mucha rabia que eso ocurriese ya que arruinaría el apasionante campeonato del que estamos disfrutando.

    • Desesperación: la que tuvo que sentir Romain Grosjean cuando poco después del abandono de Vettel se repetía en su Renault el mismo banal e inoportuno fallo eléctrico que le apartaba de la lucha por la victoria justo en el momento en que ya estaba ‘afilando el cuchillo’ en la segunda posición, dispuesto al menos a intentar conseguir esa primera victoria que, en esta su ‘segunda oportunidad’ en la Fórmula 1, viene demostrando que está perfectamente a su alcance a poco que no desespere y trate de ganar las carreras en la primera vuelta. De todas formas, al joven francés la desesperación casi le pudo cuando su apresurado estreno en Renault a punto estuvo de acabar con su prometedora carrera deportiva, siendo capaz de superarla para reinventarse a si mismo, buscar una ruta alternativa de retorno al gran circo que pasó a través de categorías tan dispares como los GT o la AutoGP antes de su triunfal retorno a la GP2, así que la que tuvo que sentir dentro del cockpit de su Lotus Renault, cuando el maldito alternador hacía de las suyas en Valencia, no deberá ser suficiente para apartarle de su primer objetivo de este año, pasar a engrosar esa ya larga lista de ganadores de la fórmula 1 2012, en la que tanto él como su compañero de equipo ya deberían estar incluidos a poco que les hubiese sonreído un poco más la fortuna

    • Impotencia: la que se debió apoderar de Raikkonen cada vez que se encontró ‘bloqueado’ detrás de un monoplaza más lento en varias fases decisivas de la carrera, perdiendo en todos esos lances bastantes más segundos de los que al final le separaron de esa victoria que se les sigue negando a los rápidos Lotus-Renault. En su retorno a la fórmula 1, el finlandés demuestra carrera a carrera que no ha perdido su velocidad aunque también es evidente que aun le falta recuperar ese ‘punch’ necesario en las luchas cuerpo a cuerpo que sólo se consigue a base de rodar en pelotón. Algo, esto último, muy alejado de sus solitarias (y poco provechosas) cabalgadas en el mundial de rallyes, donde la impotencia para acercar sus cronos a los obtenidos por Loeb y compañía imagino que también acabó pesando en su decisión de volver a su habitat natural, los circuitos. De todas formas, Kimi no se conforma y su falta de entusiasmo por acabar segundo demuestra que seguirá peleando por volver a ganar y no me extrañaría que lo consiguiese pronto.

    • Frustración: la que tiene que estar acumulando Hamilton con los continuos errores de su equipo que le están arruinando un buen número de carreras justo en la temporada en la que, hasta que faltaban sólo dos vueltas para acabar el gran premio de Valencia, más controlado y cerebral se estaba mostrando el británico. Una frustración que en el gran premio de Europa tuvo que ser máxima cuando vio como su monoplaza se caía del gato en el crucial cambio de neumáticos que siguió a la intervención del coche seguridad, relegándole a la sexta plaza desde una tercera que ya le estaba frustrando lo suyo ante la falta de ritmo de su McLaren, con el que no sólo no había opción de seguir la estela del inalcanzable RedBull de Vettel sino que tampoco le permitió contener al Lotus de Grosjean. Por si fuera poco, esa frustración tuvo que ir en aumento en los giros finales, a medida que las gomas se iban deteriorando más aun que las de sus rivales, impidiéndole aprovechar el doble abandono de los dos monoplazas equipados con motor Renault para tratar siquiera de inquietar al Ferrari de Alonso, que se le escapaba en la pista y en el campeonato. Una fuga esta última a la que contribuyó él mismo cuando esa frustración se acabó transformada en necedad, perdiendo finalmente el control de esa fiera indomable que lleva dentro y que este año había tenido domada hasta que el asalto de otra fiera salvaje, Maldonado, le acabó sacando de sus casillas y enviándole contra las protecciones tras una defensa tan inútil como innecesaria que le hizo perder 12 puntos en lugar de los 3 que se habría dejado de rendirse sin condiciones ante el venezolano. Claro que si algo puede causarle frustración a Lewis es precisamente eso, rendirse sin luchar, así que, bien mirado, el desenlace fue el lógico dados sus protagonistas, aunque en clave de campeonato haya sido de lo más frustrante para el jefe de McLaren, Martin Withmarsh, que espera no tener que echar de menos esa docena de puntos a final de temporada.

    • Emoción: la que embargó a Schumacher cuando nada más pasar la bandera a cuadros se comunicó con su equipo y empezó a saborear ese retorno al podio que ha tardado más de dos años en producirse desde su retorno a la fórmula 1 y el inicio de esta su ‘segunda carrera deportiva’ en la máxima categoría del automovilismo mundial. El heptacampeón alemán no es un piloto muy propenso a emocionarse ni emocionar, pero su tercera plaza de Valencia rompió esa coraza teutona y despertó también emociones en el siempre frío paddock de la fórmula 1. Y es que, si el retorno del viejo guerrero es siempre una noticia emotiva, en el caso del kaiser, el podio valencia fue, además, un premio merecido tras el cúmulo de incidentes que le venían privando este año de lograr un resultado por el que está luchando como nunca al volante del Mercedes. Un coche que nunca será una ‘máquina de ganar’ como lo fueron sus añorados Ferraris de antaño pero con el que ya volvió a sentir en Mónaco la emoción de ser el más rápido de todos aunque ello no se tradujese en sumar una nueva ‘pole position’ a su interminable lista de éxitos. Una lista que el viejo campeón se resiste a dar por cerrada porque aun tiene ganas y capacidad para vivir más emociones fuertes.

    • Extasis: el que envolvió a Fernando Alonso y todo el público que asistió en directo al gran premio de Valencia cuando el Ferrari del asturiano se detuvo en mitad del circuito y su piloto se bajó del monoplaza, bandera española en mano, en una demostración de euforia más propia del pasional mundial de motos que  de la siempre aséptica fórmula 1. Un éxtasis compartido también por los incrédulos comisarios de pista, inesperados protagonistas de una celebración tan espontánea como sorprendente, fruto de una victoria imposible en una carrera que se presentaba como un calvario y acabó convirtiéndose, por una improbable mezcla de talento, arrojo, estrategia y fortuna, en una ruta hacia el paraíso para el piloto asturiano. Talento para sacar una vez más la quintaesencia de un Ferrari que sigue sin ser el mejor coche de la parrilla pero que, en las manos de Alonso, es suficientemente competitivo para convertirle siempre en aspirante a las primeras plazas. Arrojo para buscar el hueco con decisión en los primeros y frenéticos metros de carrera, ganando ya tres posiciones en la primera vuelta, para adelantar poco después al coriáceo Hulkenberg y para ganarle finalmente la partida a un algo inocente Grosjean nada más que el safety car dejó vía libre al pelotón, superando al francés en una maniobra al límite que acabó valiendo por una victoria. Estrategia para hacer de necesidad virtud, exprimir al máximo el juego de gomas blandas no utilizadas en esa Q3 a la que nunca llegó, y poder mantenerse en pista ese poco tiempo más que resultó decisivo para superar, de una tacada, a otros tres rivales en el primer cambio de neumáticos, pasando del séptimo al cuarto en un abrir y cerrar de ojos. Y, fortuna, en fin porque sin ella ni la carrera más perfecta hubiese convertido un puesto once en parrilla en una victoria en el anodino trazado valenciano. Una fortuna que, en forma de oportuna intervención del safety car, le permitió recuperar toda la distancia que le separaba del grupo de cabeza, en forma de ‘cambio de ruedas chapuza’ en el box de McLaren le situó tercero y dejó atrás a un rival tan duro como Hamilton, y en forma de averías le quitó de en medio al inalcanzable RedBull de Vettel y al amenazador Renault de Grosjean, dejándole vía libre hacia un triunfo que sin fortuna no se hubiese producido nunca… pero tampoco sin talento, arrojo ni estrategia. Combinarlo todo en las dosis justas fue lo que produjo un triunfo que, por inesperado, acabo teniendo mucho mayor significado que prácticamente cualquier otro de los muchos ya logrados por el extraordinario piloto ovetense. Por ello, su éxtasis final está más que justificado y fue el perfecto broche a una carrera en la que los sentimientos estuvieron a flor de piel y, por una vez, tuvieron más protagonismo que los fríos números.